"Allí, en su zaguán florido, sentada sobre una mecedora de cerezo, la veía todos los días, donde pasaba las horas deshojando margaritas". Amalia Rosa se pasó, todo lo que él recuerda de su vida, pegada a millares de flores de margarita. Separaba cuidadosamente cada uno de los pétalos, con tal esmero, que se decía que ni siquiera los tocaba. Nadie vio nunca un pétalo de aquellas flores, mal cortado, roto, o doblado. Los más pequeños del lugar se sentaban a su vera y cantaban a coro "Si, No, Si, No", y en algunas ocasiones "Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere", lo que le valió el sobrenombre de "Indecisa", aunque nadie se atrevía a decirlo en su presencia. Amalia Rosa conocía todos sus usos y no había nadie en el pueblo que no se hubiera recetado con una de sus margaritas. - “Ay Amalia, que Elisenda me anda tontiando y se ve opulenta. No me quiere comer, que liago” - "Toma, estas flores conservadas en vinagre vi
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.