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Mostrando entradas de marzo, 2015

EL BACÍN Y LA MAYONESA (II)

No lo dudó , prendió su mano y salieron como almas que lleva el diablo. Cincuenta y cuatro peldaños más arriba su Loft, en la tercera planta, ella, los dos y las Walkirias, entonces sí que se iba a colocar una corona . Entre risas y alborozo, y alguna que otra incorrección ante los vecinos , llegaron. Abrió la puerta con la mayor prisa posible y se abalanzaron hacia el interior como quinceañeros desbocados. Cuando recuperaron la verticalidad, una sonrisa nerviosa, un voy al servicio, un de acuerdo, y la pregunta nefasta por la que debería estar dándose aún de golpes contra esa pared: « ¿Te apetece algo?» No hizo falta ya nada más, acababa de caer en la cuenta ; ni escuchar su voz tras la puerta entreabierta:  «Huevos a la mimosa». Ni ver la amplia sonrisa dibujada en su cara. «Bacín, bacín, bacín, bacín…» Lo ha hecho de nuevo. Te acaba de hundir todas las falanges de la mano y no te has dado cuenta. Tres años, tres, sin entrar en una cocina y caes como un simple aprendiz. No s

EL MERMADO

Lo has vuelto a hacer, como todos lo días. Te plantas desde primera hora con ese carácter, con ese aire tuyo de superioridad, muy chulo. «A mi me vengan todas, que pa' todas ellas tengo lo que quieran». Pero olvidaste que cuando les da, hacen de ti lo que quieran. Ni que te enfurruñes, ni que grites con más fuerza, ni que tires un pulso para fastidiar la electrotecnia, cuando  ellas quieren te dejan mermado, «Ay, pobriño mio que te dejan eclipsado». Si es una nube, malo, te anulan por completo. Si es la guapa Selene, te opacas, te mermas, te disuelves. Dónde estas Sol sostenido, te has quedado en Sol bemol. Dónde esta tu altanería cuando a alguna le apetece bajarte del pedestal. Hoy te levantaste Altanero como cada despertar, pero se te ha puesto delante Artemisa y te has quedado en «na». No te preocupes, tunante, esto va a pasar y dentro de un rato, a las doce, volverás a  brillar. 

EL BACÍN Y LA MAYONESA (I)

Ahí estaba, dándose de golpes contra la pared. La verdad es que paró enseguida, el segundo en la frente ya le había hecho el suficiente daño para recordarle eso que se decía muchas veces: “querido, si oyes que alguien dice bacín, gírate que te están llamando”. Pero con cada latido se preguntaba a santo de qué lo había vuelto a hacer, se había jurado que tras aquella nefasta ocasión no iba a volver a intentarlo. Nunca supo resistirse a unos ojos verdes, y tras dos Pamperos menos; era una de esas noches en las que se sentía como caballo desbocado . Ella le conocía bien, sabía en y hasta donde debía hundir la primera falange de su dedo índice para sacar a flote su vanidad masculina; tan solo una vez tuvo que desistir (pero es que contra unas anginas, ni falanges, ni cohortes), pero siempre salía vencedora.  Esperó afablemente. Los diálogos se sucedían de forma fluida, ningún comentario sobre épocas pasadas, y mucho menos sobre aquel maldito incidente que le colgó el San Benito (