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LAS COSAS DE MIS MAYORES


Que las personas mayores, pero mayores, tenían ideas peregrinas era algo que sabía desde su juventud, y en ocasiones se veía repitiendo la frase pronunciada por su prima años atrás "estoy rodeado de viejos", cuando el carácter ideológico "bombero" llegaba a niveles superlativos. Sin embargo esta última superaba  todas las conocidas y vividas anteriormente.

A pesar de ser una Tía postiza sentía un gran cariño por ella, pues desde que la conoció así se lo demostró y en justa compensación, él, no podía devolverle otra cosa que lo mismo que le regalaba, y por lo tanto decidió, desde el mismo día, que la incorporaría al conjunto de sus mayores como suya, de sangre.

Hacía un par de años que no  venía a las cenas de Navidad con la familia por diversos motivos. Que si una operación de cataratas y después tengo que ir al médico a revisión. Que si tal, que si cuál. Excusas para no salir del pueblo pensado que su soledad era la mejor de las compañías. A pesar de no estar muy convencidos de que este año viniera a casa por Navidades, volvieron a insistir sobre el tema, y cuál fue su sorpresa cuando al proponerlo, aceptó inmediatamente, eso sí, no sin primero amenazar con una cita médica cuya proximidad a la Natividad era algo inminente, y que todo el plan dependía de ello. Finalmente, llegó el día de la recogida, y no habían previsiones posibles que afectasen la estancia  de la Tía en casa, salvo imprevistos posteriores que pudieran ocurrir.

Al llegar, todo estaba casi preparado. La matanza del pueblo, los dulces hojaldrados típicos de la zona, el equipaje, y la Tía a falta del abrigo. Dispuso y acarreó con todo lo que era menesteroso de colocar dentro del maletero del coche en un primer viaje. La matanza, que incluía medio corderito lechal y dos quilos de chorizos, dos kilos de un queso de excelencia, y los dulces que fueron los primeros en desfilar hacia el vehículo. Una vez colocado, subió a la casa de nuevo, para acarrear con el resto del equipaje, al tiempo que arreaba con el resto del pasaje.

Al entrar en la habitación, comprobó que la maleta estaba cerrada, la cogió del asa, y la apoyó sobre los ruedines, con el fin de llevársela sin ejercer fuerza alguna. Echó un ultimo vistazo, y comprobó que encima de la cama quedaba una caja tamaño camisero, y por precaución, decidió preguntar si aquello formaba parte del equipaje y que se había olvidado de ser introducido en la maleta, o por el contrario, pertenecía a parte del adorno de la cama, y ahí debía quedarse.

- ¿Tía, la caja de la Faja que tienes encima de la cama es para llevar, o se queda ahí, encima de la cama?. - Sabía que la gracia podía acabar en regañina, por andar sacando las fajas a relucir, pero no. Serenamente le miró, y a camino entre una risilla y una risotada le comentó.

- No sabes tú bien lo que es eso. Verás, ayer estuvo en casa el cobrador del entierro, por lo que ya estoy tranquila en ese respecto, y al decirle que me iba a pasar las Navidades con la familia me dijo que me llevara la póliza y los recibos. Y ahí está"

Enmudeció por un breve espacio de tiempo. - Tía, ¿cómo vas a venirte a madrid con eso? Antes tendrás que ponerte mala, digo yo.

- Así no tendréis problemas, y el viaje de vuelta, no os cuesta, se encargan ellos -

- Pero, y ¿una caja tan grande para qué? ¿Qué llevas la póliza y todos los recibos desde que naciste?

- No, va la copia de la Póliza, un par de recibos, y la Mortaja. Un camisón blanco la mar de bonito.

- Ah no, por ahí si que no paso. ¿Qué quieres que vaya paseando también tu féretro por toda Castilla la Mancha hasta Madrid? A mi déjame un teléfono de contacto y déjate de pólizas, féretros y Mortajas.

No hubo manera, la caja se vino para Madrid al completo. Así que ya puestos, se echo la caja al hombro y al tarareo de una saeta, bajo por las escaleras con la maleta en mano, y la caja de la Mortaja al hombro.



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