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Mostrando entradas de septiembre, 2016

¡ AY, PIRRI !

Me miraba con su cara más inocente. Una de esas que sabes que está aceptando la culpabilidad, al tiempo que lo niega todo. Los mofletes hinchados, a dos carrillos, y el cordel de atar los chorizos colgando de su boca como si fuera la hebra de hilo de coser a la espera de ser enhebrada.  - Pirri, te vas a poner malo un día y ya verás.

DE MANOLO A MANOLO YO VENGO A VERTE, ¿CUÁNDO SERÁ MANOLO PARA VOLVER? YA, NO ES LO MISMO. BAH, MINUCIAS

- ¿Por qué no llevar zapatos es malo, mamá? - Debemos llevar zapatos para cuidar nuestros pies, además, si se nos enfrían podemos ponernos malitos, y tú no quieres ponerte malito, ¿no? - No. Pero es que estos me hacen daño, me están apretando los dedos. - Bueno, aún están nuevos, pero verás como pasados unos días no notarás si los llevas puestos. - ¿Y con estos se puede jugar? - Si. Todo lo que quieras. ¿Por qué? - El domingo vi a Ramón, y me dijo que no podía jugar. Su madre le había dicho que con esos zapatos que ni se le ocurriera. Eran unos zapatos relucientes. - Serían para ir a misa. Ramón ya ha hecho la primera comunión. Son los zapatos de domingo. - ¿Y ese Domingo tiene muchos zapatos? Últimamente no hago más que escuchar su nombre. Ramón, Clara, Luis, Pedro, todos igual con lo mismo, "No, hoy no puedo jugar, que llevo los zapatos de Domingo" - Bueno, dijo la madre esbozando una sonrisa, ya te lo explicaré otro día, ahora tienes que ir al cole. -

PAULINA COLMENARES, ¡Va por ella!

Allí se postró, entre ambas tumbas. Reinaba el silencio sordo del camposanto. El trémulo suspiro de difuntos. No corría la brisa, ni cantaba la paraulata en este amanecer.  Contemplaba los nombres, en sus lapidas, de dos hombres cabales muertos por una cuita entre ellos , y dicen que por ella. Dos palos de hombres que se gallearon hasta morir,  uno a manos del otro.  Si alguien supo en realidad qué los llevó hasta ahí, lo desconocía, sólo sabia que por culpa de un baile y de aquellas muertes, ella andaba de boca en boca de todo aquel que paraba sus orejas a escuchar el cuento, y como no, para luego distorsionar la historia una "miajita" más. Alguno recitaba cual juglar la coplilla, en la esquina del Abasto, Barbería, o a la sombra de la fuente cuando iban las muchachas con sus cántaros a por agua.  Nunca importo quien fue,  nadie salió en su defensa. Su nombre fue arrastrado como en pelea de comadres . Quedó en ella el estigma del mapurite del que todos huyen