Ahí estaba, dándose de golpes contra la pared. La verdad es que paró
enseguida, el segundo en la frente ya le había hecho el suficiente daño para
recordarle eso que se decía muchas veces: “querido, si oyes que alguien dice
bacín, gírate que te están llamando”. Pero con cada latido se preguntaba a
santo de qué lo había vuelto a hacer, se había jurado que tras aquella nefasta
ocasión no iba a volver a intentarlo. Nunca supo resistirse a unos ojos verdes, y tras dos Pamperos
menos; era una de esas noches en las que se sentía como caballo desbocado. Ella
le conocía bien, sabía en y hasta donde debía hundir la primera falange de su
dedo índice para sacar a flote su vanidad masculina; tan solo una vez tuvo que
desistir (pero es que contra unas anginas, ni falanges, ni cohortes), pero siempre
salía vencedora.
Esperó afablemente. Los diálogos se sucedían de forma fluida,
ningún comentario sobre épocas pasadas, y mucho menos sobre aquel maldito
incidente que le colgó el San Benito (ya van para tres años de aquello). Iba a
empezar por su tercera copa, y se sentía extasiado, como arrullado. Notaba como
del lóbulo de la oreja le partía un hormigueo tonto, pero claro, ahí estaba
ella y la inmensidad del color del bosque en primavera en sus ojos.
Ahora lo
recuerda, - ¡ahí fue, en ese mismo instante!-. Quedaban difusas sus primeras
palabras, pero empezaba a recordarlo.
- No sé por qué nos has privado de ti, y
no soy la única que lo piensa. La verdad, creo que he respetado tu alejamiento,
pero alguien te lo tiene que decir. ¿Qué te crees que eres el único que ha
tenido un pinchazo, gatillazo, torpeza o como quieras llamarlo? Por lo menos
siempre te he considerado como el numero uno. Nunca se me olvidará la habilidad
de esas manos. La forma en la que acercas la nariz para robar los más íntimos
de los aromas. Tu imaginación para que la rutina no aparezca nunca.
En esos
momentos se vio. Había tras de la barra un alargado espejo que le reflejaba
nítido y brillante. A sus ojos sólo le faltaba la corona de laurel y un beso de
ella, y salvo la corona lo tenía todo, pues tras ese “nunca”, le siguió uno de
sus dulces besos de siempre que tan bien recordaba.
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