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EL BACÍN Y LA MAYONESA (I)




Ahí estaba, dándose de golpes contra la pared. La verdad es que paró enseguida, el segundo en la frente ya le había hecho el suficiente daño para recordarle eso que se decía muchas veces: “querido, si oyes que alguien dice bacín, gírate que te están llamando”. Pero con cada latido se preguntaba a santo de qué lo había vuelto a hacer, se había jurado que tras aquella nefasta ocasión no iba a volver a intentarlo. Nunca supo resistirse a unos ojos verdes, y tras dos Pamperos menos; era una de esas noches en las que se sentía como caballo desbocado. Ella le conocía bien, sabía en y hasta donde debía hundir la primera falange de su dedo índice para sacar a flote su vanidad masculina; tan solo una vez tuvo que desistir (pero es que contra unas anginas, ni falanges, ni cohortes), pero siempre salía vencedora. 
Esperó afablemente. Los diálogos se sucedían de forma fluida, ningún comentario sobre épocas pasadas, y mucho menos sobre aquel maldito incidente que le colgó el San Benito (ya van para tres años de aquello). Iba a empezar por su tercera copa, y se sentía extasiado, como arrullado. Notaba como del lóbulo de la oreja le partía un hormigueo tonto, pero claro, ahí estaba ella y la inmensidad del color del bosque en primavera en sus ojos.
Ahora lo recuerda, - ¡ahí fue, en ese mismo instante!-. Quedaban difusas sus primeras palabras, pero empezaba a recordarlo. 
- No sé por qué nos has privado de ti, y no soy la única que lo piensa. La verdad, creo que he respetado tu alejamiento, pero alguien te lo tiene que decir. ¿Qué te crees que eres el único que ha tenido un pinchazo, gatillazo, torpeza o como quieras llamarlo? Por lo menos siempre te he considerado como el numero uno. Nunca se me olvidará la habilidad de esas manos. La forma en la que acercas la nariz para robar los más íntimos de los aromas. Tu imaginación para que la rutina no aparezca nunca.
En esos momentos se vio. Había tras de la barra un alargado espejo que le reflejaba nítido y brillante. A sus ojos sólo le faltaba la corona de laurel y un beso de ella, y salvo la corona lo tenía todo, pues tras ese “nunca”, le siguió uno de sus dulces besos de siempre que tan bien recordaba.


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