Luz que
te encaminas tras la penumbra, que tras las rendijas imperceptibles nos vas
invadiendo y nos das el hálito de vida de cada amanecer, alumbra mis
pasos, márcame con un filo hilo de oro una senda, un camino que me lleve hasta el Alba. Llévame allí, donde somos uno. Donde tu claridad no nos deja
esconder tras el tul de la hipocresía. Convulsiona mi alma, se
inmisericorde. Desata todo lo inmundo que está agazapado. Esclarece rincones,
que no queden rastros de sombras, tinieblas, dudas, temores. Deja clavadas teas
en mi interior y que escupan fuego cuando se empiece a apoderar de mí la
tiniebla de la falsedad. Y si entenebrece, arrasa con todo aquello que veas; y
si quiera que por ello mi luz se extinga, llévame contigo para aprender a iluminar sendas
y abrir caminos.
Allí se postró, entre ambas tumbas. Reinaba el silencio sordo del camposanto. El trémulo suspiro de difuntos. No corría la brisa, ni cantaba la paraulata en este amanecer. Contemplaba los nombres, en sus lapidas, de dos hombres cabales muertos por una cuita entre ellos , y dicen que por ella. Dos palos de hombres que se gallearon hasta morir, uno a manos del otro. Si alguien supo en realidad qué los llevó hasta ahí, lo desconocía, sólo sabia que por culpa de un baile y de aquellas muertes, ella andaba de boca en boca de todo aquel que paraba sus orejas a escuchar el cuento, y como no, para luego distorsionar la historia una "miajita" más. Alguno recitaba cual juglar la coplilla, en la esquina del Abasto, Barbería, o a la sombra de la fuente cuando iban las muchachas con sus cántaros a por agua. Nunca importo quien fue, nadie salió en su defensa. Su nombre fue arrastrado como en pelea de comadres . Quedó en ella el estigma del mapurite del que todos huyen
Comentarios
Publicar un comentario