Levantó la vista del periódico según oía que un taconeo, firme y perfectamente acompasado, se acercaba hacia donde se encontraba. Era uno de los bancos de espera de la estación de ferrocarriles. La salida de su tren aún se demoraría media hora y no era cuestión de pasar ese rato de pie, al fin y al cabo conocía la estación, y salvo las personas lo más atractivo del lugar consistía en leer, o inventarse historias sobre los transeúntes. No lo pudo evitar, aquella firmeza al andar, aquel taconeo, no sólo llamó su atención por cómo retumbaba en el vestíbulo. Ahora que era consciente de forma visual, según pasaba por delante de su vista, se ralentizo el tiempo. Un metro ochenta, ataviada con falda y traje de chaqueta, todo en negro. Medias con costura trazada con tira líneas perfectamente vertical. Sombrero negro de ala muy ancha, ala que apenas dejaba ver su cobrizo pelo recogido en un moño bajo, su rostro de tez pálida y sus labios de un carmín encendido. Aquel instante, casi detenido
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.