Esto lo había visto muchas veces en las películas pero pensaba que, eso, eran películas y que en la vida real sería de forma muy distinta. Entre incomodo y raro se debatía. No había tanto público como en algún cursillo de cocina que había impartido, ni quizás tan selecto, pero desde luego si especiales o al menos ese era el sentimiento que le producían esta docena de personas que le acompañaban y que durante algún momento de la tarde noche, serían su audiencia. Desde que había superado sus miedos había vuelto a la cocina, eso sí, de forma mucho más modesta. Quedaron muy lejanas sus ambiciones de estrellas Michelin, cuchillos de hierro, cucharas de palo, o casas de herrero. Siete mesas y un “noc-turno”. Sólo se había puesto una única premisa, disfrutar cocinando y para ello, los agobios de las miles de comandas, ayudantes, pinches, jefes de sala, camareros, no ayudaban, con la de los ojos verdes tenía de sobra. Ya había demostrado que todo eso lo dominaba. En su álbum de fotos tenía
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.