Esto lo había visto muchas veces en las películas pero pensaba que, eso, eran películas y que en la vida real sería de forma muy distinta. Entre incomodo y raro se debatía. No había tanto público como en algún cursillo de cocina que había impartido, ni quizás tan selecto, pero desde luego si especiales o al menos ese era el sentimiento que le producían esta docena de personas que le acompañaban y que durante algún momento de la tarde noche, serían su audiencia.
Desde que había superado sus miedos había vuelto a la cocina, eso sí, de forma mucho más modesta. Quedaron muy lejanas sus ambiciones de estrellas Michelin, cuchillos de hierro, cucharas de palo, o casas de herrero. Siete mesas y un “noc-turno”. Sólo se había puesto una única premisa, disfrutar cocinando y para ello, los agobios de las miles de comandas, ayudantes, pinches, jefes de sala, camareros, no ayudaban, con la de los ojos verdes tenía de sobra. Ya había demostrado que todo eso lo dominaba. En su álbum de fotos tenía sus reliquias: “Enhorabuena, el Chaval que más limpia tiene la encimera de toda España después de mí” Karlos. “El Tío con mas huevos en una Mayonesa, eres cojonudo” Alberto. “Si yo no existiera, tu hubieras inventado el Bohío” Pepe. “Crear en la cocina es difícil, tu lo haces fácil” Ferrá. “Sólo te pongo una pega, podías ser de Igeldo” Pedro… En fin, maravillosos maestros rindiéndole pleitesía. Pero eso es otra historia. Se había hecho la promesa de hacer lo que le gustaba, pero de tamaño bonsái, y en ello andaba.
Con la clientela no había problema. Estaban rendidos ante su fama, ingenio, el ambiente embriagador de casa, y la oportunidad de dejarse poner a prueba día tras día. Decidió que salvo cosas muy puntuales o específicas, que deberían hacerse bajo pedido, la carta no existiría, y para ello inventó “La carta Quinésica”. Montaba una especie de ritual con sus comensales para conocer lo que era de su apetencia esa noche. Al cabo de un rato como si de Oda Mae se tratara, decía exactamente lo que iba a preparar generando un júbilo de éxtasis. ¡Brillante!. Estaba todo milimétricamente calculado como buen virgo que era. Organizo para cada día (con adelanto de quince, y con ajustes puntuales en función de la climatología), catorce primeros, catorce segundos, y para los postres, cosa suave para poder continuar la noche sin que la cena sea parte de una excusa. A la par llevaba un fichero exacto de todas y cada una de las comandas servidas por persona y día, no fuera a repetir, salvo expreso petición del comensal. El resultado, niquelado.
Con la clientela no había problema. Estaban rendidos ante su fama, ingenio, el ambiente embriagador de casa, y la oportunidad de dejarse poner a prueba día tras día. Decidió que salvo cosas muy puntuales o específicas, que deberían hacerse bajo pedido, la carta no existiría, y para ello inventó “La carta Quinésica”. Montaba una especie de ritual con sus comensales para conocer lo que era de su apetencia esa noche. Al cabo de un rato como si de Oda Mae se tratara, decía exactamente lo que iba a preparar generando un júbilo de éxtasis. ¡Brillante!. Estaba todo milimétricamente calculado como buen virgo que era. Organizo para cada día (con adelanto de quince, y con ajustes puntuales en función de la climatología), catorce primeros, catorce segundos, y para los postres, cosa suave para poder continuar la noche sin que la cena sea parte de una excusa. A la par llevaba un fichero exacto de todas y cada una de las comandas servidas por persona y día, no fuera a repetir, salvo expreso petición del comensal. El resultado, niquelado.
Tanto en lo personal como en lo profesional estaba viviendo un momento dulce, como el Pedro Ximenez. Autentica miel de uva. A pesar de su edad, cosa a la que nunca prestó atención, sentía que empezaba de nuevo pero con todo el conocimiento, y que aquellos ojos verdes le acompañasen en esta senda era el culmen de su satisfacción. Autentica miel de uva, al cuadrado. En lo económico, bárbaro. Ya se habían puesto en contacto con él varios inversores para que ampliara, que abriera sucursales (Barcelona, San Sebastián, Marbella, Paris, Londres…). La respuesta siempre era la misma, “Muchas gracias, no quiero parecer descortés, esto es algo muy personal que me implica con el cliente y la bilocación aun no la domino, bla, bla, bla…”. Pedro Ximenez al cubo. Disfrutaba con la cocina, pues aun con la previsión que jugaba, realizar cada uno de los platos siempre constituía una delicia personal, cada día se sentía mejor, más feliz. Pedro Ximenez a la cuarta.
Alguien llamó su atención en ese momento. Efectivamente, volviendo en sí de sus elucubraciones mentales escuchó como el monitor, ¿Carlos? (esto de los nombres nuevos lo llevaba fatal), le presentaba ante la concurrencia.
-Os presento a Daniel, es nuevo, y seguro que aprenderemos mucho con él. Quizá os suene su cara, pero no debemos dejar que eso nos afecte, de acuerdo?-
Se hizo un silencio semi-eterno. No sabía muy bien que tocaba, ponerse en pié, quedarse sentado. ¡Salir corriendo! En fin. Toca lo que toca, y quién dijo miedo. Lo había visto y sabía cómo funcionaba, así que adelante.
-¡Hola a todos, soy Daniel, y hace veinticuatro horas que no bebo Pedro Ximenez!
- Hola Daniel- respondieron a coro.
-Todos los días al terminar la jornada me tomo una copita de “la Miel de la Uva”, y cualquier referencia que hago a algo bueno en mi vida, se refleja mi pasión por el elixir.
- Se fuerte hermano, resiste a la tentación…
Continuó con su relato durante una hora. Al día siguiente de la sesión, la llamada del Carlos le sorprendió tanto o más que la hilarante risa de la de los ojos verdes, que se doblaba al imaginar la cara de los pobres asistentes pensando que ya tenían bastantes problemas como para aguantar al merluzo con reducción al Pedro Ximenez, que asistía allí por una copita (dedal para ser más exacto) al día. Le rogó encarecidamente que no volviera; tuvo que hacer otra terapia de grupo posterior a la suya, pues más del 50% estaban dispuestos a beberse medio bar, y el resto al borde del suicidio. Le dijo que probara a hacer la terapia con una reunión de pollos, pelados, sin patas y sin cabezas, a ver qué tal le iba. Y si eso fallaba, que probara a darse golpes en la frente con la pared más próxima. No le dio tiempo a decirle que ya en tiempos usaba esa técnica, Carlos había colgado.
Al dia siguiente, al finalizar la jornada, ella le colocó media docena de “Coqueletes” en círculo, la botella y su copita dedal, a la par que le esgrimía esa preciosa sonrisa y sus maravillosos ojos verdes. Daniel decidió que lo mejor que podía hacer, era invitar a cenar a todo el grupo para que le perdonaran tal espantoso encuentro al tiempo que iniciaba una agradable tertulia con los pollos, mientras se tomaba su copita de Pedro Ximenez.
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