Aprovechaba las mañanas del fin de semana para levantarse como un rayo de su cama ya de mayores. Cuando los rayos del sol apenas asomaban entre la oscura bóveda nocturna, con su pijama de buzo, desplegaba una carrera corta hacia una mar mucho más grande, una mar más grande que su mar, a pesar de ser de mayores. No avasallaba, no entraba como hordas vikingas a degüello, no. Sutilmente escalaba, y cual salmón iba remontando aguas arriba hasta conquistar el lecho deseado. En silencio se hacía un hueco, el necesario para permanecer quieta en el remanso conquistado, sin embargo la calma duraba poco. El pequeño salmón conquistador no estaba hecho para permanecer quieto y se revolvía una y otra vez buscando la postura. El cobijo nuevo le confortaba, le tranquilizaba, pero era efímero. Lo intentaba, pero finalmente caía en la tentación. Sus pequeñas aletas se aproximaban a los párpados maternos, y abriéndolos de par en par le preguntaba susurrando, « ¿Estás despierta? es que ya ha salido e
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.