Solía quedarse mirando los folios en blanco que tenía delante esperando que de ellos empezaran, de forma aleatoria, a brotar manchas de tinta ilegibles, pero que de la misma manera se fueran estirando y dando hilatura a sus versos. No sabía la de veces que había apretado con la vista aquellos folios en busca de una de esas minúsculas motas de magia. Siempre lo mismo, era capaz de reconocer por los mínimos detalles al fabricante del papel, pero no había manera, la tinta no brotaba. Sin embargo, no había vez que se sentase delante de sus folios y que no probase si tan mágico momento tuviera lugar.
No había llegado al extremo de tener que tirar del colirio para arreglar el desaguisado ocular diario, cuando el teléfono rompió su idílico momento con la fantasía. Mientras se levantaba para descolgar, esbozó una sonrisa, y empezó a hablar en voz alta contra el impertinente aparato.
- ¡Ya voy. Es que no ves que ya me he levantado. Pero te va a salir caro. Justo ahora. Lo tenía ahí delante, a punto de empezar a brotar, palabras deleite del alma y del corazón. Tú, inmisericorde, borrando todo vestigio de amor, adueñándote del silencio, rompiendo la danza entre pluma y papel! - Descolgó, pero no hubo respuesta, ni ruidos en la línea. Colgó, y volvió a descolgar aproximándose el auricular, pero el mismo silencio.
Se giró, y empezó un lento transitar hacia su mesa, como esperando que el traidor sonido se produjera antes de llegar, no quería que le pillara justo en el instante mismo de dejar su cuerpo caer sobre su sillón de escritorio, pero por más que lo dilataba, nada rompía la serena calma del despacho. Finalmente desistió, nunca ganaría al burlón, por mucho que se empeñase. Se sentó, y se dijo - ¡Ahora es cuando suena! - pero calló, algo delante de sí, sobre la mesa con folios blancos inmaculados, le hizo bambolear la cabeza. Un folio escrito, con la pluma colocada a modo de firma estaba ahí, delante de sus narices. Que recordase, no le había dado tiempo a hacerlo, y tampoco recordaba que el milagro se hubiera producido antes de la llamada.
Me callo.
Me callo porque me lo pides,
por obedecer,
pero por verte palidecer,
por el anhelo de disfrutar
de la inocencia que emana de ti.
Me callo.
Me callo por la incredulidad
que salta de tus ojos,
ojos que no entienden nada
y te desordenan buscando respuestas
sin lógica mundana.
Me callo.
Me callo y sonrío,
pues me buscabas sin cesar
y ahora que me tienes
no sabes como asumirme,
y te tratas de orate,
o quizás, de sueño.
Me callo,
me callo para escuchar la danza,
del papel y la pluma,
la del corazón y el alma,
y que brote el amor silente
que lo llena todo.
Me callo.
Me callo, pero seré breve.
He de volar en busca de otros
incrédulos pareceres.
Te regalo este silencio,
aunque haya sido efímero.
No me esperes.
Me callo, pero volveré a verte.
Aún con el folio en la mano sonó nuevamente el teléfono, y sin dejar de mirarlo, se aproximo y lo descolgó. Nuevamente la línea estaba desierta, sin embargo ni se planteó volver más o menos rápido, simplemente absorto volvió a sentarse, y releía una y otra vez el texto. Cuando empezó a tomar consciencia notó como la calma que había en el despacho había desaparecido. Ya no existía la serenidad de antes.
Esa mañana no volvió a mirar los folios. Abrió el cajón derecho de su escritorio, sacó una subcarpeta con una etiqueta que en entrecomillados rezaba "Nihil óbstat" y decidió salir. Al pasar junto al teléfono vio el cable desenchufado. Volvió a sonreir, y despacio cerró la puerta del despacho, como queriendo dejar reposar la magia, como quien no quiere que alguien despierte del sueño.
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