Aprovechaba las mañanas del fin de
semana para levantarse como un rayo de su cama ya de mayores. Cuando los rayos
del sol apenas asomaban entre la oscura bóveda nocturna, con su pijama de buzo,
desplegaba una carrera corta hacia una mar mucho más grande, una mar más grande
que su mar, a pesar de ser de mayores. No avasallaba, no entraba como hordas
vikingas a degüello, no. Sutilmente escalaba, y cual salmón iba
remontando aguas arriba hasta conquistar el lecho deseado. En silencio se hacía
un hueco, el necesario para permanecer quieta en el remanso conquistado, sin
embargo la calma duraba poco. El pequeño salmón conquistador no estaba hecho
para permanecer quieto y se revolvía una y otra vez buscando la postura. El
cobijo nuevo le confortaba, le tranquilizaba, pero era efímero. Lo intentaba,
pero finalmente caía en la tentación. Sus pequeñas aletas se aproximaban
a los párpados maternos, y abriéndolos de par en par le preguntaba susurrando, «
¿Estás despierta? es que ya ha salido el sol» :-*
Allí se postró, entre ambas tumbas. Reinaba el silencio sordo del camposanto. El trémulo suspiro de difuntos. No corría la brisa, ni cantaba la paraulata en este amanecer. Contemplaba los nombres, en sus lapidas, de dos hombres cabales muertos por una cuita entre ellos , y dicen que por ella. Dos palos de hombres que se gallearon hasta morir, uno a manos del otro. Si alguien supo en realidad qué los llevó hasta ahí, lo desconocía, sólo sabia que por culpa de un baile y de aquellas muertes, ella andaba de boca en boca de todo aquel que paraba sus orejas a escuchar el cuento, y como no, para luego distorsionar la historia una "miajita" más. Alguno recitaba cual juglar la coplilla, en la esquina del Abasto, Barbería, o a la sombra de la fuente cuando iban las muchachas con sus cántaros a por agua. Nunca importo quien fue, nadie salió en su defensa. Su nombre fue arrastrado como en pelea de comadres . Quedó en ella el estigma del mapurite del que todos huyen
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