No lo dudó , prendió su mano y salieron como almas que lleva el diablo. Cincuenta y cuatro peldaños más arriba su Loft, en la tercera planta, ella, los dos y las Walkirias, entonces sí que se iba a colocar una corona . Entre risas y alborozo, y alguna que otra incorrección ante los vecinos , llegaron. Abrió la puerta con la mayor prisa posible y se abalanzaron hacia el interior como quinceañeros desbocados. Cuando recuperaron la verticalidad, una sonrisa nerviosa, un voy al servicio, un de acuerdo, y la pregunta nefasta por la que debería estar dándose aún de golpes contra esa pared: « ¿Te apetece algo?» No hizo falta ya nada más, acababa de caer en la cuenta ; ni escuchar su voz tras la puerta entreabierta: «Huevos a la mimosa». Ni ver la amplia sonrisa dibujada en su cara. «Bacín, bacín, bacín, bacín…» Lo ha hecho de nuevo. Te acaba de hundir todas las falanges de la mano y no te has dado cuenta. Tres años, tres, sin entrar en una cocina y caes como un simple aprendiz. No s
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.