Abstraído, había olvidado que los
ojos verdes estaban escrutando cada uno de los movimientos de sus manos, sus
gestos nasales y las ocurrencias de último momento, aunque para esta mayonesa y
con los escalofríos que le estaban recorriendo continuamente de norte a sur y
de este a oeste pocas improvisaciones.
Se volvió a centrar, y recordó todo lo
que se necesita saber para hacer una mayonesa y que aprendió en casa de
pequeño. Como no era chica, estaba tranquilo. El vaso, estaba seco, vamos,
sequísimo. Batidora al fondo, la potencia baja, accionar el encendido y
mantener al fondo hasta que se vaya emulsionando ella sola, “sin moverse hasta
que llegue a arriba, y después agitar con movimientos suaves, rítmicos, para
que todo se funda en uno solo”.
Según iba haciendo memoria, iba viendo como se
armonizaba en su mente la cremosa salsa. De pronto recordó aquello que le había hecho granjearse unos cuantos pescozones
de pequeño: “A la mayonesa no se la mira
fijamente cuando se está levantado”. En casa era casi peor que abrir la puerta
del horno cuando se estaba haciendo un bizcocho.
Muy a
su pesar, pues tenía que estar privado de tal belleza, pidió que le concediera
el favor de girarse durante el tiempo que duraba la maniobra. Para ella
resultaba incomprensible pero si había conseguido arrastrarle hasta ahí
tampoco le iba a negar esa pequeña extravagancia de genio, como si le fueran a
robar su secreto, e imitando a las bailarinas de los joyeros se giro hasta
ofrecerle su espalda.
Último repaso mental, solo le quedaba encomendarse a San
Lorenzo y San Pascual Bailón sus Santos Patrones. Minipimer en mano. Índice y
anular sobre corazón que es el que pulsa. Tres, dos, uno, y dale caña. “La
leche que te han dado…Bacín… y enchufar, hay que enchufar”.
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