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EL BACIN Y LA MAYONESA (IV)




Abstraído, había olvidado que los ojos verdes estaban escrutando cada uno de los movimientos de sus manos, sus gestos nasales y las ocurrencias de último momento, aunque para esta mayonesa y con los escalofríos que le estaban recorriendo continuamente de norte a sur y de este a oeste pocas improvisaciones.
Se volvió a centrar, y recordó todo lo que se necesita saber para hacer una mayonesa y que aprendió en casa de pequeño. Como no era chica, estaba tranquilo. El vaso, estaba seco, vamos, sequísimo. Batidora al fondo, la potencia baja, accionar el encendido y mantener al fondo hasta que se vaya emulsionando ella sola, “sin moverse hasta que llegue a arriba, y después agitar con movimientos suaves, rítmicos, para que todo se funda en uno solo”.
Según iba haciendo memoria, iba viendo como se armonizaba en su mente la cremosa salsa. De pronto recordó aquello que le había hecho granjearse unos cuantos pescozones de pequeño: “A la mayonesa  no se la mira fijamente cuando se está levantado”. En casa era casi peor que abrir la puerta del horno cuando se estaba haciendo un bizcocho.
Muy a su pesar, pues tenía que estar privado de tal belleza, pidió que le concediera el favor de girarse durante el tiempo que duraba la maniobra. Para ella resultaba incomprensible pero si había conseguido arrastrarle hasta ahí tampoco le iba a negar esa pequeña extravagancia de genio, como si le fueran a robar su secreto, e imitando a las bailarinas de los joyeros se giro hasta ofrecerle su espalda.
Último repaso mental, solo le quedaba encomendarse a San Lorenzo y San Pascual Bailón sus Santos Patrones. Minipimer en mano. Índice y anular sobre corazón que es el que pulsa. Tres, dos, uno, y dale caña. “La leche que te han dado…Bacín…  y enchufar, hay que enchufar”.


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