Otra vez. “San
Lorenzo, San Pascual Bailón, protege a este tuyo servidor”. Acto seguido y sin
contar, pulsó con sus tres dedos. La maquina hizo su ruido habitual, y enmudeció.
Así permaneció durante unos segundos eternos. No mirar, no mirar, no mirar se
decía. Luego cayó en la cuenta que eso era para el resto no para él que tenía
que ver que estaba haciendo.
Cuando abrió los ojos, ahí estaba, subiendo,
cremosa, sin prisas, ligera pero densa. Se quedó estático unos segundos más. Se
estaba gustando, deleitándose con las formas, su buen hacer, y con la destreza
propia empezó a realizar los acompasados movimientos para terminar de ligar la
salsa.
Le brotaban las lágrimas como si estuviera cortando un saco de cebollas.
No hizo falta decir nada. La de los ojos verdes se giro y le dio el más tierno
de los abrazos que jamás hubiera concedido. Pasados unos maravillosos cinco minutos
el se recompuso, y ella, le hizo un guiño.
Mirándole fijamente sin mediar
palabra le preguntó "y el resto qué". Estaba bastante claro. Con
tanta parafernalia y nerviosismo de novicio había olvidado cocer los
huevos. “Ahí va, me olvidé del resto de la receta”.
Nunca olvidará la inmensidad
del verde de sus ojos, ni el brillo que en ese momento desprendían, y por
descontado jamás olvidará la última frase que fue
pronunciada esa noche. “Querido, realmente sólo quería la mayonesa y tu
compañía, el resto ya…”. Y cogiendo la mayonesa y su brazo, enfilaron camino de
la King Size que esperaba silente al otro lado del Loft.
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