Se sentía como Dorian Gray, eterno, y testigo de la historia desde
la segunda mitad del siglo XVII, con una posición ventajosa sobre los demás. El
tiempo no había conseguido hacer mella en él, pues fue tallado, bruñido y
decorado para ser presentado ante la corte como el mejor. Nadie se le ponía de
frente y le aguantaba la mirada, escondía su pena, sus temores, o sus
vergüenzas, no, ante el no. Era indiferente a la oscuridad, pues el más mínimo
rayo lo hacía visible al resto, y la luz le hacía protagonista absoluto. Todo
el que pasaba a su lado, por muchas veces que lo hiciera, se giraba ante él y
daba igual rango o posición social. Nunca olvidaba esa primera vez en la que se
cruzaban la mirada, ni las afrentas de los impertinentes niños que con el menor
de los respetos le sacaban la lengua y se mofaban escondidos tras las faldas de
sus madres. Sonreía socarrón, y como apostado en su puerta esperaba el paso de los años, pues con el
tiempo volverían a él y le rendirían pleitesía, se vengaría de ellos y de sus
muecas mostrándoles en lo que se habían convertido, y ya no podrían esconderse
tras los miriñaques con polisones. Ahora, encerrado en su sarcófago
envuelto entre algodón y en compañía del silencio de la oscuridad, espera a
que algún palacio le devuelva el esplendor pasado, y ser el gran espejo de
salón que siempre fue.
Allí se postró, entre ambas tumbas. Reinaba el silencio sordo del camposanto. El trémulo suspiro de difuntos. No corría la brisa, ni cantaba la paraulata en este amanecer. Contemplaba los nombres, en sus lapidas, de dos hombres cabales muertos por una cuita entre ellos , y dicen que por ella. Dos palos de hombres que se gallearon hasta morir, uno a manos del otro. Si alguien supo en realidad qué los llevó hasta ahí, lo desconocía, sólo sabia que por culpa de un baile y de aquellas muertes, ella andaba de boca en boca de todo aquel que paraba sus orejas a escuchar el cuento, y como no, para luego distorsionar la historia una "miajita" más. Alguno recitaba cual juglar la coplilla, en la esquina del Abasto, Barbería, o a la sombra de la fuente cuando iban las muchachas con sus cántaros a por agua. Nunca importo quien fue, nadie salió en su defensa. Su nombre fue arrastrado como en pelea de comadres . Quedó en ella el estigma del mapurite del que todos huyen
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