- ¡Dobroye utro prints!.
Susurrado al oído y con el aroma intenso de una taza
de café, se despertaba cada mañana. Y tras la taza, unas manos perfectamente
arregladas que se prolongaban en unos delicados brazos de blanca tez desnuda,
como desnudo estaba el cuerpo que empezaba a dejar de estar borroso una vez que
su vista se acomodaba a la realidad.
- ¡Spasibo,
i dobroye utro moya koroleva!.
Por suerte para él la conversación seguiría en español
pues, con excepción de tres frases más, desconocía el ruso a la perfección.
Tras el primer sorbo, levantaba la vista de la taza y se aseguraba que ella
seguía allí, a su lado. Le gustaba contemplar su hermosa desnudez durante ese
espacio de tiempo para que la tortura de levantarse fuera más llevadera. Le
apasionaba mantener ese recuerdo durante el día, pues sería lo más agradable
que vería en su turno de 10 horas como controlador de plagas en la red del
alcantarillado. Ya no necesitaba del calendario Pirelli, ni las Playboy, ni
cualquiera otra por el estilo para conseguir distraer su mente de la letrina
que le envolvía durante tantas horas. Ya no, desde que conoció a Nadezhda,
Esperanza, no hacían falta, ella lo llenaba todo y hacía que su vida en el
subsuelo pareciera un paraíso.
«Tititití - Tititití, Tititití - Tititití, Tititití -
Tititití».
- Puto despertador,
¿cuándo te vas a enterar que cuando estoy soñando con Nadezhda no tienes que
sonar?
De un puñetazo apagaba el destrozador de sueños, se servía un vaso de Vodka que tenía en su mesilla de noche, se lo tomaba, y se iba a su realidad de vertedero recordando durante el día que debía destrozar el despertador en cuanto llegara a casa.
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