Las siete y media, fatal. Tiempo justo para llegar a la cita en casa de David siempre y cuando todo fuese como un reloj, esto es: Primero, que al ir a buscar los zapatos estuvieran limpios. Me podría valer, estado en el que sólo haya que pasarle una esponjilla. El resto es caso perdido, se van cinco minutos. Segundo, que acierte con el atuendo, pequeño estrés superado a base de meter la pata, aunque ya le iba cogiendo el tranquillo sobre todo si no quieres escuchar algo tal y como « ¿Es que no tienes otra cosa que ponerte?» Preguntas tipo, ¿aquella camisa que me regalo tu hermana, con estos pantalones, y esta chaqueta será muy informal? o ¿Con cuál irías? alzando dos perchas con sus respectivas camisas en una mano mientras que en la otra mostrabas orgulloso un par de jerséis, eran bastante efectivas una vez que habías comprobado el atuendo de tu acompañante. Tercero, que no oyeras aquello de «A mí, todavía me quedan por lo menos diez minutos, pero claro como al niño hay q
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.