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EL GIN Y EL HAM (IV)


Una mañana relajada de sábado. Los rigores del frío habían disminuido, lucía el sol, y tras los ventanales los rayos provocaban trasladar la estancia a la placidez que brindaba la terraza. Sin embargo, las resecas hojas del rosal delataban la traidora brisa sibilina. El láser helador que corta y cauteriza al unísono. "Una leche, cualquiera sale ahí con el frío que se adivina". En fin, a preparar el desayuno.
 Mezclado con la preparación de un tomate rallado, café, tostadas, etc., venía a la cabeza el Oriental de Mariló. Las dos primeras veces provocaron una mueca como de risa acompañado de un «je je» mental y un ¿de dónde se habrá sacado esta el cocinero?; las siguientes diez provocaron un «hay que joderse, que tenga yo metido a esta «singing mornings» y su Oriental en la cabeza ya tiene delito».  Un ¡Buenos días! me arrancó esa funesta obsesión de la cabeza, al menos durante un rato. Eso, un rato, pero no demasiado. Debe ser que llevo un luminoso en la frente que deja entre ver mis pensamientos, pues justo con el primer sorbo de café, la «torcuata» hizo su aparición. - ¿Ya sabes quién es el Oriental de tu amiga?

-¿La colleja de amor no ha debido ser suficiente castigo y ahora quieres torturarme con esto? Pues no, he decidido que David es un tipo muy serio y si dice que lo ha visto, así será -  Se me estaba atragantado demasiado el Sushi de la noche, lo malo es que si hubiera dicho Ricardo Sanz yo estaría mucho más tranquilo. El runrun no derivaba del Sushi negro porque fuera algo extraño, al fin y al cabo teñir de negro el arroz no es nada del otro mundo existiendo tinta de calamar, no, el problema son las fuentes, la procedencia, y tras tal rotunda afirmación, cualquiera cogía el tablet para averiguar nada. Al final consideré al Oriental como un cocinero rutilante de esos que se llevan a los programas como comparsa en una celebración de entrada al nuevo año Chino.

El resto de la mañana pasó entre lavadoras, mi maravilloso bizcocho y preparar  la comida que como tradición familiar instaurada no sé muy bien por quién, pero ahí estaba,  no podía ser otra que Pasta con; una orgía próxima al kilo con su abundante salsa. «Plato único, que luego esto no se desgasta tan fácilmente, y luego vamos a correr». Pues dos platos empujando con pan para rellenar huecos, y   regado con vino para que fermente como debe ser.

Faltar a correr después de reposar un poco la comida   iba a resultar un poco complicado. Hubiera necesitado una hibernación en toda regla, de las de pijama y orinal de don Camilo, pero me tuve que conformar con una transposición al mundo de lo onírico con el cuello vuelto a lo niña del exorcista en el sofá del salón, eso sí, para asegurar el rato de sueño y la libre circulación de la sangre, un «güisquito».

Cuando estás dormido de prestado en el sofá y te despiertan para cualquier tropelía, te sienta mal. Si lo hacen porque tienes que hacer algo previsto, a trancas y barrancas, hasta que llegas al consciente consigues levantarte y vas, eso, simplemente vas. Ahora bien, si estás tan tranquilo, cuello retorcido, espalda encorvada, pierna cruzada y dormida, y  lo que te despierta es la visión de cierta presentadora anunciado a un Cocinero Oriental que va a preparar un plato suculento, lo que de dan son taquicardias,  te regresas al estado consciente en dos coma tres segundos, y te imprime una velocidad para calzarte el equipo completo de correr que roza el Guinness, tanto, que cuando quieres darte cuenta tu acompañante aún sigue sentada en el sofá mirando con cara de perplejidad, ante tanto exceso de vigor desperdiciado, y preguntándose ¿qué mosca le ha picado a este?.


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