Una mañana relajada de sábado. Los rigores
del frío habían disminuido, lucía el sol, y tras los ventanales los rayos
provocaban trasladar la estancia a la placidez que brindaba la terraza. Sin
embargo, las resecas hojas del rosal delataban la traidora brisa sibilina. El
láser helador que corta y cauteriza al unísono. "Una leche, cualquiera
sale ahí con el frío que se adivina". En fin, a preparar el desayuno.
Mezclado con la preparación de un tomate
rallado, café, tostadas, etc., venía a la cabeza el Oriental de Mariló. Las dos
primeras veces provocaron una mueca como de risa acompañado de un «je je»
mental y un ¿de dónde se habrá sacado esta el cocinero?; las siguientes diez
provocaron un «hay que joderse, que tenga yo metido a esta «singing mornings» y
su Oriental en la cabeza ya tiene delito». Un ¡Buenos días! me arrancó
esa funesta obsesión de la cabeza, al menos durante un rato. Eso, un rato, pero
no demasiado. Debe ser que llevo un luminoso en la frente que deja entre ver
mis pensamientos, pues justo con el primer sorbo de café, la «torcuata» hizo su
aparición. - ¿Ya sabes quién es el Oriental de tu amiga?
-¿La colleja de amor no ha debido ser
suficiente castigo y ahora quieres torturarme con esto? Pues no, he decidido
que David es un tipo muy serio y si dice que lo ha visto, así será - Se
me estaba atragantado demasiado el Sushi de la noche, lo malo es que si hubiera
dicho Ricardo Sanz yo estaría mucho más tranquilo. El runrun no derivaba del
Sushi negro porque fuera algo extraño, al fin y al cabo teñir de negro el arroz
no es nada del otro mundo existiendo tinta de calamar, no, el problema son las
fuentes, la procedencia, y tras tal rotunda afirmación, cualquiera cogía el
tablet para averiguar nada. Al final consideré al Oriental como un cocinero
rutilante de esos que se llevan a los programas como comparsa en una
celebración de entrada al nuevo año Chino.
El resto de la mañana pasó entre
lavadoras, mi maravilloso bizcocho y preparar la comida que como
tradición familiar instaurada no sé muy bien por quién, pero ahí estaba, no podía ser otra que Pasta con; una orgía
próxima al kilo con su abundante salsa. «Plato único, que luego esto no se
desgasta tan fácilmente, y luego vamos a correr». Pues dos platos empujando con
pan para rellenar huecos, y regado con vino para que fermente como
debe ser.
Faltar a correr después de reposar un poco
la comida iba a resultar un poco complicado. Hubiera necesitado una
hibernación en toda regla, de las de pijama y orinal de don Camilo, pero me
tuve que conformar con una transposición al mundo de lo onírico con el cuello
vuelto a lo niña del exorcista en el sofá del salón, eso sí, para asegurar el
rato de sueño y la libre circulación de la sangre, un «güisquito».
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