Las vistas desde los ventanales del salón
em la planta novena de la Calle Eduardo Dato a plena luz de día, permite
dibujar el perfil de Madrid de forma casi milimétrica, pero además te permite
diferenciar por barrios, Chamberí, Salamanca, Retiro, Tetuán y Chamartín, etc.
Al fondo emergentes las cuatro torres en la Ciudad Deportiva del Real
Madrid (la antigua), las de la Business Área (que a internacionales no hay
quien no gane) y más al fondo, con el cielo todo despejado, el coloso de
Somosierra. Con el atardecer, el panorama se empieza a transformar en un
espectáculo de luces, es como tener todas las constelaciones al alcance de la
mano, de todas partes eclosionan estrellas y caída la noche puedes ver todo el
universo desde la privilegiada atalaya.
Sabía que habían más cosas que me gustaban
de David y la ubicación de su casa era otra de ellas, eso si no envidiada, pues
no cambiaba mi enclave a los pies del Abantos por la vida en el centro de la
Galaxia.
Tras los saludos de rigor y la entrega de
la pequeña reserva vinícola al anfitrión, visto que me habían dejado sólo el de
los ojos rasgados y la de los ojos verdes, me dispuse a ir de «mirandas» pero
como los defensas en el área, que van con los brazos pegados al cuerpo.
Mi gran incapacidad de saber hasta dónde llegan, la carencia de ojos en
los codos y su facilidad para darse contra las cosas, o el efecto aspiradora
encendida que posee mi ropa al pasar junto a cualquier objeto y su irremediable
capacidad de apagarse cuando el objeto no tiene más soporte que el aire libre
puro y duro bajo sus pies, me había hecho merecedor de cierta fama de «escalabrador»
de cosas, y no estaba dispuesto a enriquecer a ningún restaurador esa noche.
No veía variación en la colección de
máscaras de David. Verdaderamente eran una pasada y salvo alguna que pudiera no
reconocer daba la sensación que estaban todas desde siempre en su sitio, no
había otro lugar para ellas ni en número ni en forma. Nueve máscaras de
Guerreros, y enfrente, nueve máscaras Venecianas. Hoate versus Volto. El
Samurái, un endemoniado con cara de satisfacción frente a Rigoletto, el bufón
alegre de expresión triste. Encarados pero de tal forma que el espectador sin
moverse podía verlos a ambos. En el centro, sólo espacio, luz, y la magia de
imaginar la fusión entre ambas, y ¿una mesita baja? Esto no estaba así antes, y
además ¿qué hace una de las máscaras boca abajo sobre la mesilla?
Mi primera intención fue mirar, utilizando
el noble arte de la «dedoctilología» (meter el dedo donde no debo para
averiguar algo), pero decidí que no, y me apresure a ir hacia la cocina para
preguntar a David qué era eso (en realidad era para informarle que yo no había
sido). No me hizo falta llegar, por el camino venían ambos entre risas con unas
copas de vino y algo para picar mientras se iba preparando la cena.
- Vaya, iba en vuestra busca. ¿que estáis
tramando, que os conozco?, En fin, dejadlo que al final me vais a tomar el pelo
como de costumbre. Por cierto David, he visto que en el altar de las máscaras
tienes un elemento nuevo, pero me ha extrañado verlo ahí como de postizo,
y sólo.
Antes de terminar con la frase lo vi
claro, se habían vuelto a compinchar, una risa maliciosa partió de ambos, así
que me dije «niño, orejillas de lobo, pues estos dos te la van a liar parda en
cualquier momento»
- No te lo tomes a mal, - dijo David- me, bueno, nos hemos reído pues habíamos
estado comentando que seguro estabas donde las máscaras y tenía intención de
mostrarte una nueva, pero si ya la has visto pues nada, ya no tiene fundamento.
- Eh, un momento, que como es costumbre en
mí no he tocado nada. Cierto es que estuve tentado de girar la máscara que
tienes sobre la mesilla, pero la prudencia me ha hecho desistir. ¿Por cierto,
es la primera vez que veo que tienes una de estas con pelo?
- Daniel, toma tu copa de vino, y si el
secreto-sorpresa que te tengo no ha sido desvelado, mejor, ya te lo contaré más
adelante. Tú cuéntame cosas que creo que la Carta Kinésica es todo un éxito.
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