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EL GIN Y EL HAM (VII)


Las vistas desde los ventanales del salón em la planta novena de la Calle Eduardo Dato a plena luz de día, permite dibujar el perfil de Madrid de forma casi milimétrica, pero además te permite diferenciar por barrios, Chamberí, Salamanca, Retiro, Tetuán y Chamartín, etc. Al fondo emergentes las cuatro torres en la Ciudad  Deportiva del Real Madrid (la antigua), las de la Business Área (que a internacionales no hay quien no gane) y más al fondo, con el cielo todo despejado, el coloso de Somosierra. Con el atardecer, el panorama se empieza a transformar en un espectáculo de luces, es como tener todas las constelaciones al alcance de la mano, de todas partes eclosionan estrellas y caída la noche puedes ver todo el universo desde la privilegiada atalaya.

Sabía que habían más cosas que me gustaban de David y la ubicación de su casa era otra de ellas, eso si no envidiada, pues no cambiaba mi enclave a los pies del Abantos por la vida en el centro de la Galaxia.

Tras los saludos de rigor y la entrega de la pequeña reserva vinícola al anfitrión, visto que me habían dejado sólo el de los ojos rasgados y la de los ojos verdes, me dispuse a ir de «mirandas» pero como los defensas en el área, que van  con los brazos pegados al cuerpo. Mi gran incapacidad de saber hasta dónde llegan,  la carencia de ojos en los codos y su facilidad para darse contra las cosas, o el efecto aspiradora encendida que posee mi ropa al pasar junto a cualquier objeto y su irremediable capacidad de apagarse cuando el objeto no tiene más soporte que el aire libre puro y duro bajo sus pies, me había hecho merecedor de cierta fama de «escalabrador» de cosas, y no estaba dispuesto a enriquecer a ningún restaurador esa noche.

No veía variación en la colección de máscaras de David. Verdaderamente eran una pasada y salvo alguna que pudiera no reconocer daba la sensación que estaban todas desde siempre en su sitio, no había otro lugar para ellas ni en número ni en forma. Nueve máscaras de Guerreros, y enfrente, nueve máscaras Venecianas. Hoate versus Volto. El Samurái, un endemoniado con cara de satisfacción frente a Rigoletto, el bufón alegre de expresión triste. Encarados pero de tal forma que el espectador sin moverse podía verlos a ambos. En el centro, sólo espacio, luz, y la magia de imaginar la fusión entre ambas, y ¿una mesita baja? Esto no estaba así antes, y además ¿qué hace una de las máscaras boca abajo sobre la mesilla?

Mi primera intención fue mirar, utilizando el noble arte de la «dedoctilología» (meter el dedo donde no debo para averiguar algo), pero decidí que no, y me apresure a ir hacia la cocina para preguntar a David qué era eso (en realidad era para informarle que yo no había sido). No me hizo falta llegar, por el camino venían ambos entre risas con unas copas de vino y algo para picar mientras se iba preparando la cena.

- Vaya, iba en vuestra busca. ¿que estáis tramando, que os conozco?, En fin, dejadlo que al final me vais a tomar el pelo como de costumbre. Por cierto David, he visto que en el altar de las máscaras tienes un elemento nuevo, pero me ha extrañado verlo ahí como de postizo, y  sólo.

Antes de terminar con la frase lo vi claro, se habían vuelto a compinchar, una risa maliciosa partió de ambos, así que me dije «niño, orejillas de lobo, pues estos dos te la van a liar parda en cualquier momento»

- No te lo tomes a mal, - dijo David-  me, bueno, nos hemos reído pues habíamos estado comentando que seguro estabas donde las máscaras y tenía intención de mostrarte una nueva, pero si ya la has visto pues nada, ya no tiene fundamento.

- Eh, un momento, que como es costumbre en mí no he tocado nada. Cierto es que estuve tentado de girar la máscara que tienes sobre la mesilla, pero la prudencia me ha hecho desistir. ¿Por cierto, es la primera vez que veo que tienes una de estas con pelo?

- Daniel, toma tu copa de vino, y si el secreto-sorpresa que te tengo no ha sido desvelado, mejor, ya te lo contaré más adelante. Tú cuéntame cosas que creo que la Carta Kinésica es todo un éxito.




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