Ir al contenido principal

EL GIN Y EL HAM (X)



He de reconocer que me quede desinflado al ver que David volvió con tres cuencos generosos de ensalada. Pensé que los fuegos de artificio irían en aumento una vez que me había contado lo de su Tía y el bicarbonato, pero lo cierto es que no hubo ruidos, no hubo pirotecnia, nada. Así que al Ataque. Una ensalada de Wakame estupenda, mezclada con hojas de Mizuna (aunque para mí era rúcula), brotes,  zanahoria, tomates cherry, regado con un aliño de soja, azúcar, vinagre, jengibre, sésamo, aceite de oliva. Potente de sabor, pero refrescante al paladar.

- Definitivamente tu Tía tenía que haber estado aquí, pero te empeñas en ocultarla para que no te la secuestre.

- Eres un explotador, no voy a consentir que te la lleves y le saques todas las milenarias recetas familiares. Por cierto. Ya ha llegado la hora, así que te voy a pedir un favor.

- ¡Aleluya! Me tenéis sobre ascuas toda la noche, pues en esto andáis los dos metidos.

- Si, para que negarlo. He preparado una especie de cata a ciegas, pero no estrictamente. Como tu olfato es igual al de un sabueso y encima nada más ver las cosas ya sabes casi lo que tienen, pues debes  taparte los ojos hasta que yo traiga la comida servida que vendrán tapada por una campaña para que ni huelas, y por descontado,  ni veas. Como comprenderás no puedo hacerlo solo, de ahí que me haya buscado un asistente.

- Te has buscado «ayudanta»  y el «cachondeito» a mi costa... ¿Y si digo que no?

- Me extraña, tienes la misma curiosidad que un gato, y si no has encontrado información al respecto, la de dos.

El brillo esmeralda que brotaba de los ojos verdes denotaban un jocoso "venga, que te vas a reír como un enano" y encima le acompañaba una sonrisa a la que yo no sabía decir no, con lo cual sumiso encantado acepté la propuesta a sabiendas que aquello tenía un noventa y nueve por ciento de tomadura de pelo, y el resto también.


Comentarios

Entradas populares de este blog

PAULINA COLMENARES, ¡Va por ella!

Allí se postró, entre ambas tumbas. Reinaba el silencio sordo del camposanto. El trémulo suspiro de difuntos. No corría la brisa, ni cantaba la paraulata en este amanecer.  Contemplaba los nombres, en sus lapidas, de dos hombres cabales muertos por una cuita entre ellos , y dicen que por ella. Dos palos de hombres que se gallearon hasta morir,  uno a manos del otro.  Si alguien supo en realidad qué los llevó hasta ahí, lo desconocía, sólo sabia que por culpa de un baile y de aquellas muertes, ella andaba de boca en boca de todo aquel que paraba sus orejas a escuchar el cuento, y como no, para luego distorsionar la historia una "miajita" más. Alguno recitaba cual juglar la coplilla, en la esquina del Abasto, Barbería, o a la sombra de la fuente cuando iban las muchachas con sus cántaros a por agua.  Nunca importo quien fue,  nadie salió en su defensa. Su nombre fue arrastrado como en pelea de comadres . Quedó en ella el estigma del mapurite del que todos huyen

PEPE

Levantó la vista del periódico según oía que un taconeo, firme y perfectamente acompasado, se acercaba hacia donde se encontraba. Era uno de los bancos de espera de la estación de ferrocarriles. La salida de su tren aún se demoraría media hora y no era cuestión de pasar ese rato de pie, al fin y al cabo conocía la estación, y salvo las personas lo más atractivo del lugar consistía en leer, o inventarse historias sobre los transeúntes. No lo pudo evitar, aquella firmeza al andar, aquel taconeo, no sólo llamó su atención por cómo retumbaba en el vestíbulo. Ahora que era consciente de forma visual, según pasaba por delante de su vista, se ralentizo el tiempo. Un metro ochenta, ataviada con falda y traje de chaqueta, todo en negro. Medias con costura trazada con tira líneas perfectamente vertical. Sombrero negro de ala muy ancha, ala que apenas dejaba ver su cobrizo pelo recogido en un moño bajo, su rostro de tez pálida y sus labios de un carmín encendido. Aquel instante, casi detenido

ENTENEBRECER.

Luz que te encaminas tras la penumbra, que tras las rendijas imperceptibles nos vas invadiendo y  nos das el hálito de vida de cada amanecer, alumbra mis pasos, márcame con un filo hilo de oro una senda, un camino que me lleve hasta el Alba. Llévame allí, donde somos uno. Donde tu claridad no nos deja esconder tras el tul de la hipocresía. Convulsiona mi alma,  se inmisericorde. Desata todo lo inmundo que está agazapado. Esclarece rincones, que no queden rastros de sombras, tinieblas, dudas, temores. Deja clavadas teas en mi interior y que escupan fuego cuando se empiece a apoderar de mí la tiniebla de la falsedad. Y si entenebrece, arrasa con todo aquello que veas; y si quiera que por ello mi luz se extinga, llévame contigo para aprender a iluminar sendas y abrir caminos.