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EL GIN Y EL HAM (XII)


No habían pasado cuatro segundos, cuando procedente del personaje que estaba frente a mí se escuchaba un «Hola, soy Mariló, y este es el sushi mi negro» señalando al plato. Era evidente a dónde se iba a dirigir mi vista. La expresión  «La madre que os parió» me brotó del alma casi a la vez. Allí tenía delante, a David subido sobre una silla vestido con un chitón y una máscara perfecta con la imagen de Mariló y su melena, y en el plato, el  sushi,  una preciosa y abundante ración de Morcilla de arroz con su cebolla y piñones. Tardé un buen rato en parar de reír pues no sabía muy bien que me hacía más gracia, si la ocurrencia de estos dos, el pensar que le pudieran haber colado la broma a la moza en pleno programa, o que  detrás de todas partes empezara a salir gente gritando ¡Cámara oculta, inocente, inocente! y «zas» Muñecote a la espalda. Fui afortunado, a pesar de estar incluida en la trama, la cámara estaba sin batería por lo que me libre de aparecer colgado en las redes.

Como no se trataba de dejar enfriar el asunto, aún entre risas y pidiéndole a David que me acercara pan y  vino, empecé, continué y relamí el plato de morcillas que estaban de escándalo, y no satisfecho con ello ataqué el plato de mi partener (que con dos  trozos siempre tiene bastante) con la excusa de que aquí nada de desperdiciar y mucho menos en el caso de esta suculenta  «especialidad oriental».  Mientras íbamos dando cuenta del «Sushi», David  me daba las gracias por no haber levantado la máscara del altarcillo pues hubiera dado al traste con todo el espectáculo. Lo cierto es que la dejó ahí  antes de que llegásemos pero con los preparativos se olvidó de ella,   por suerte quedó boca abajo.

Por descontado me quedé como recuerdo la faz mascarada, toda una obra de arte digna de ser guardada, no para una vitrina pero si en un lugar especial. El resto de la velada estuvo dibujada entre risas  de  anécdotas y pesadillas que el sushi negro había provocado. Pero, me faltaba algo, la noche estaba incompleta...


De pronto tuve una revelación. Un algo que sólo lo puedes explicar cuando estas barruntando el qué y te encuentras con un «pa luego» alojado en un tercer molar. Ya lo tenía claro, si las chuletillas de cordero a la brasa habían curado a más enfermos que la penicilina, el mejor complemento al Ham era el Gin, y para alcanzar la armonía infinita en  el cosmos estelar que nos rodeaba tras los ventanales de la novena planta, con todas las estrellas titilantes a nuestro alrededor,  no podían faltar tres hermosas copas que por  descontado iba a preparar nuestro magnífico anfitrión máster en el noble arte coctelero. El tiempo se había vuelto eterno, el coche estaba bien aparcado y había habitaciones de sobra. Dionisio podría ponerse como quisiera y Morfeo también, en el universo reinaba el equilibrio, el Gin y el Ham.


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