- Saldemos cuentas -, y el silencio de un segundo volvió a resultar una eternidad.
- ¿Cuántas veces tenemos que hacer esto para que llegues al convencimiento de que no nos debemos nada?.
- Que sí. Tu te empeñas en decirme lo contrario, no sé con que fin... Pero si vas a casarte, no lo puedes hacer con una mano delante y otra detrás. Eres muy joven aún para comprender estas cosas. Ya serás Padre, y notarás como de dentro surge esa necesidad de que a tus hijos no les falte nada, tengan la edad que tengan. No se hable más y dime lo que te debo. Que yo recuerde, los cafés que nos hemos tomado los has pagado. Y los crucigramas, ¿quién los pagó ? ¿Voy a tener que hacer las cuentas yo?, en fin, ¿con un billete tendrás suficiente?. Toma y no me repliques que aún te puedo dar un capón por muy mayor que te creas.
Del bolsillo sacó unas monedas y las depositó en las manos del nieto, con esmero, y luego apretó con fuerza. - Sujétalo bien, no lo pierdas. El dinero no es cosa de juego, hay que respetarlo. Tu respeta al dinero, y el te cuidará siempre las espaldas-.
Un pequeño alboroto de niños irrumpió en la sala de estar. - ¡Abuelooooo! -, gritaron a coro dos gotas de agua que se aproximaban a la carrera atacando por ambos flancos las mejillas del nonagenario derrochador de fortunas, que sonreía como los dos cervatillos desbocados que se abalanzaban sobre el.
- Pero bueno, de dónde han salido estos locos.
- Acaban de llegar del colegio, son tus biznietos. ¿Te acuerdas de ellos?
-¿Cómo no me voy a acordar? Si asistí yo al parto cuando nacieron, bueno, y al tuyo, y al de los veintisiete mil trescientos setenta y cinco que asistí como tocólogo. Cinco niños por día y año. Una alegría, no daba abasto a atender la consulta y el paritorio. Llegué a pensar que tendría que poner uno junto al otro, pero gracias a la ayuda de tu Madre..
- Mi Abuela, no mi Madre-
- Que no me interrumpas. Gracias a ella todo siempre fue rodado. A ver si aprendes, veintisiete mil trescientos setenta y cinco, y todos sanos y robustos. Bueno, todos menos uno, el pobre, aun no conocíamos bien lo de RH, Se nos escapó en un mes. ¿Que hora es?
- Las ocho de la tarde, quieres que te preparemos la cena.
- No estaría mal, y con una copa de vino, ya sabes que es lo mejor que se ha inventado en este mundo. Pero antes de cenar, no te escaparás. Me tienes que decir que es lo que te debo, que luego siempre me haces lo mismo.
- Bien, haremos cuentas, pero después de cenar.
- Por cierto, necesitarás dinero. ¿Cuando dices que te casas?
- Ya me casé abuelo, y estos dos que acaban de estrujarte son mis hijos.
- ¿Casarte tu? y ¿cómo es que no me has avisado? Desde luego, está claro, se hace uno mayor y no cuenta para nada, lo arrinconáis. Pues que sepas, que todavía me queda mucha guerra que dar. Mañana mismo me marcho a Nueva York a un Congreso para exponer los riesgos sobre el uso de la Epidural en la parturientas. Es una cosa nueva que ha salido que no me gusta nada, pero que claro, con tal de no escuchar a tanta primeriza berreando en los paritorios, aquí se inventa lo que sea. Si por mi fuera, les daba a morder el cinturón de cuero del marido entre contracción y contracción como hacían las pieles rojas, lo malo es que con la moda de los tirantes y el plástico ya nadie lleva cinturones de cuero. Recuerdo una joven extraordinaria, eso si que es valentía. Estuvo de parto dos días, ni una mueca, y la criatura venía de nalgas. Claro que para eso había que ser especial, y es que tu Madre...
- La Abuela, no mi Madre.
-Que fea costumbre tienes de cortar. Era fantástica, ya sabía cuando me casé con ella que era la mejor. Eso es lo que tienes que hacer tú, encontrar una buena chica, que sea valiente, que te quiera, y sobre todo, que la respetes, ah, y que tenga buenas caderas. Si.
Un silencio breve.
- Si, buenas caderas. Eso es importante. Si - repitió susurrando.
Un hondo suspiro. Un levantar la mirada, una sonrisa franca y un vuelta a empezar.
- ¿Hemos saldado cuentas?
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