Una vez más, otra de tantas. Una vez más nos ha salido el Caín que
llevamos dentro, metámonos todos y se salve el que pueda, incluso los que no se
quieran meter, los «yo no fui», que hay
a puñados. Llevamos toda una vida emulando al gran Caín, cargando nuestras culpas sobre el otro, el «él
empezó primero», para esconder nuestras carencias de respeto de las libertades
del resto de personas que nos rodean. Es igual de lo que se trate, «porque era mía»,
«por infiel (me da igual desde que Dios se diga)», por un «mi tierra», «porque
me mataste veinte». No existe mucha diferencia entre ellas, desde el primero
que cae en adelante todo lleva el mismo
sello, la muerte de inocentes.
No hay Dioses justicieros, ni
vengativos. No hay Dios que quiera muertos en su nombre (ni el mío, ni el suyo),
sólo Caines, adoradores de la muerte, que arrastran al resto de la humanidad a su propia destrucción. Da igual que ahora
los llámenos Integristas, Adolfo, Iósif Vissariónovich, Cruzados,
Inquisitores, Palestino, Judios, cada quién que elija el que más le disguste, el resultado es el mismo, la sin razón de
matar.
De vez en cuando se dan una tregua,
se esconden, y vivimos una falsa calma
de serenidad y de paz, o simplemente no queremos ver, volvemos el hocico para
otro lado para que no nos llegue la peste, como si la «mierda» no fuera nuestra,
siempre de otro.
Sólo deseo que cuando esto termine quede algún Abel. Lamentablemente Caínes los habrá siempre.
Sólo deseo que cuando esto termine quede algún Abel. Lamentablemente Caínes los habrá siempre.
Comentarios
Publicar un comentario