Grandes surcos, cañones encajados que tallan su rostro. Profundas aristas, el equipaje de su vida que se embarcan en un viaje de no volver. Al otro lado, nadie que le reciba, nadie que mitigue el dolor del adiós. Por el camino, la espesura del miedo, la negrura de la mar, el profundo abismo, una fosa común, sin fin, que engulle tantos equipajes cargados de sueños. Un horizonte lejano sin banderas que clavar, ni territorios por conquistar. Ya no quedan horizontes de grandeza, sólo el anhelo de alcanzar otras espumas de mar, del mismo mar, la otra orilla.
Una mentira y la ruleta de la fortuna, el premio especial que pasa cada cierto tiempo pero que es el anhelo suyo, y de todos allí apiñados entorno a la borda del cascarón de nuez que les sustenta. Libertad. Gira y gira, y la nuez a la deriva. Llegar a aquellas espumas, las del mismo mar, las de la otra orilla.
Duerman en paz todas las libertades que giraron y giraron contra la rueda y no encontraron las espumas de este mar, el mismo mar, pero en la otra orilla.
Una mentira y la ruleta de la fortuna, el premio especial que pasa cada cierto tiempo pero que es el anhelo suyo, y de todos allí apiñados entorno a la borda del cascarón de nuez que les sustenta. Libertad. Gira y gira, y la nuez a la deriva. Llegar a aquellas espumas, las del mismo mar, las de la otra orilla.
Duerman en paz todas las libertades que giraron y giraron contra la rueda y no encontraron las espumas de este mar, el mismo mar, pero en la otra orilla.
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