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MODIGLIANI QUERIDO


El sol se desbordaba por todos los alrededores y arrojaba millones de brillos a través de los ventanales del salón. Las sombras de los muebles eran esbeltas, como esos retratos femeninos de aquel pintor que intentaba recordar. «Modigliani, sí, eso era». Se mezclaban los tonos negros, ocres, caobas y recordaba sus retratos, desnudos, su bohemia vida, el alcohol, las drogas, las mujeres, y su tuberculosis. Ahí se encontraba, paradojas de la vida, con toda la energía del mundo entrando por la ventana y él, postrado, pensando en tuberculosis.

Su hipocondría era tan grande como, desde que su Madre había fallecido,  su soledad. Se había preparado a conciencia, dos mantas por si aumentaba la sensación de frío, aspirinas, ibuprofenos, antibioticos, un termo de un litro con caldo clarito, termómetro, compresas frías por si sube la temperatura de la frente (como en las películas, si subía la temperatura, lo primero que le hacían al enfermo es ponerle la toallita en la frente, debía ser muy eficaz), para el resto del cuerpo la bañera con agua fría. Tres médicos avisados para que vinieran a socorrerle en el lecho de muerte. C/ Almagro esq. Gral . Arrando, planta primera.

D. Pedro apareció el primero, como siempre. Ya no quedan médicos que entieran al paciente como él. Su presencia le tranquilizaba, por un rato, pues a saber qué diagnóstico revelaba este malestar que le envolvía. Tras el saludo, se sentó en la silla que estaba prevista para el doctor. «Cuando enfermas prevés todo, da gusto. ¿nunca te has desmayado antes de terminar de colocarlo todo?» 

- Don Pedro, esto es grave, creo que de esta no salgo.

- Déjame que te examine y luego te doy el diagnóstico. A ver el pulso.

- ¡Acelerado!

- Quieres callar. Pupilas

- ¡Dilatadas!

- Una palabra más y se quedas aquí esperando una semana a que venga un médico, pues me voy a apostar en la puerta del portal hasta que vengan los otros tos que tiene llamados, para decirles que no tiene nada.

Fue suficiente, no volvió a abrir la boca.

D. Pedro prosiguió con su trabajo, pero su cara pétrea no daba pista alguna sobre el grave daño que le acuciaba. Terminada la inspección, recogió todos sus utensilios y los depositó en su maletín. Con lentitud, sacó su libro de recetas y su bolígrafo, comenzó a escribir entre suspiros de paciencia.

- Doctor, ¿no le parece que está escribiendo demasiado?

- En efecto, y es urgente que haga lo que acabo de prescribirle, de lo contrario dudo mucho que pueda seguir viviendo.

Con los ojos bañados en lágrimas cogió la receta, buscó sus gafas de lectura y comenzó a leer.

"Procédase con urgencia a expedir un billete de avión lo más lejano que pueda para esta persona. Asegúrese que sea por un periodo no inferior a seis meses en un lugar cálido, rodeado de diversas actividades lúdico festivas, lejano de cualquier conexión a Internet o similar . Repetir el tratamiento en caso que pasado ese tiempo el paciente no muestre síntomas notables de mejoría"

- D. Pedro, ¿qué significa esto?

- Mire joven, lo único que usted tiene es un aburrimiento padre, así que coja la herencia que le ha dejado su Santa Madre, Dios la tenga en su Gloria, y que durante tantos años lo ha tenido ahí sentado mientras yo le atendía de enfermedades imaginarias con el fin de que no saliera de casa,  y dedíquese a vivir la vida, verá cómo desaparecen sus males. Por cierto, a partir de mañana me Jubilo. Usted puede hacer lo que quiera.

Pasados unos años, delante del Thyssen sonreía viendo el cartel sobre un monográfico de Amedeo Modigliani. -¡Gracias D. Pedro!



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