Una larga cadena de suspiros, involuntarios, cronometrados, puntuales cada tres minutos. La mirada perdida, mas allá del infinito, sin buscar nada y revisando todo, con el fin último de encontrar la solución a algo a lo que no quería dar crédito, y por mucho que lo negara tenía una única respuesta. No habían lágrimas que enjugar, ni temor, ni pesar. Ensimismamiento si, pero con cierta placidez. A pesar de lo grotesco que parecía su escena, no albergaba angustia alguna. La abstracción fue dando paso a la consciencia al ver que había estado contando el número de suspiros, e iba por setenta y dos, tres horas y media, y una única respuesta. Tras dieciocho años, la sentencia de un juez que le condenaba a pagar la manutención diaria de su hija, así como al pago de la hipoteca de una casa que nunca pudo disfrutar, quedaba liquidada. Por fin era libre. Libre para poder reclamar sus derechos destruidos por la infamia a la que fue sometido. Jamás hubo infidelidad, ni agresiones, ni abandono. Aquel ser perverso lo despojo de todo, hasta del pequeño vinculo sanguíneo que les era afín. Dio igual la sentencia, regímenes de visitas, su afán de no perderle, dio igual, le fue implantada la semilla del odio y el rencor, y jamás quiso saber de su padre.
Durante los últimos años deseó ver llegar este día. Dejar de pagar por esta traición, recuperar lo que era suyo, poner en la calle a la pérfida y al engendro que había criado a su imagen. Arruinar la vida de aquella que destrozo lo que más quería. Era libre para hacerlo, pero ahí estaba, setenta y dos suspiros, tres horas y media, y una única respuesta. "No eres así, no harás nada contra ellas. Ahora eres libre"
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