Era adulto, hacía décadas que traslucía
canas, pero el pánico se apoderaba de él siempre en esa circunstancia concreta.
La edad le había granjeado cierto aire de serenidad, sin embargo la procesión,
larga e interminable, iba por dentro siempre que se aproximaba su visita anual
al dentista, para la limpieza de boca, y comprobación de que todas las piezas
dentales estuvieran en perfecto estado. El pánico a que le hurgaran entre sus
encías era comparable al recuerdo de ver a su Madre zapatilla en mano, por lo
que ya se encargaba de hacer un meticuloso tratamiento diario para llegar a la
cita anual en perfectas condiciones de revista. Sin embargo, era impepinable,
quince días antes empezaba a dolerse de todos y cada uno de sus apéndices
bucales. Por doler, le dolía hasta la campanilla. Al final, llegaba el día, y
entre risas y bromas, accedía al sillón del mal, la "Chaise Lounge"
articulable con foco de interrogatorio.
-¿Qué tal? ¿Has notado algo raro en este
último año?
- No, nada en particular, creo que están
perfectos.
- Eso lo tendré que decir yo, que soy el
dentista.
Odiaba esa conversación que se repetía año
tras año, y siempre con el resultado de "aquí tienes algo, sin embargo
vamos a dejarlo por ahora, pero en cuanto te moleste vienes enseguida y le
damos el tratamiento oportuno". Se quedaba con una perspectiva de futuro
fantástica. Durante los próximos trescientos sesenta y cinco días tendría la
guillotina sobre su cabeza, pensando ¿cuándo será el día en el que tendré que
volver, cuándo?
Aquella mañana se la reservó para esta
única gestión. Dada la hora de la cita, no podría quedar con nadie, pues seguro
que a alguna no llegaba, y no sería por falta de ganas de fallar a esta de las
once, pero, a ver cómo decía luego en casa que no ha podido ir. Las risas podían
ser sonadas.
Nada había cambiado en el inmueble, salvo
el salva escaleras que habían instalado con el fin de ayudar a la joven
población que lo habitaba, incluido el célebre dentista que lo hacía en
el primero derecha desde hace unos cuarenta años, día arriba, día abajo. La
consulta estaba impoluta, el recibidor, la sala de estar, todo perfecto. Se
sentó en una de los sillones tras saludar a las dos únicas personas que estaban
esperando pasar a la consulta. Una madre con su hija de poco más de siete años,
que al juzgar por la cara, tampoco tenía muchas ganas de recostarse en la
"Cheslon", pero como todo llega, a la cría le toco en suerte pasar
antes, así que cuando fue llamada por la joven enfermera (lo único que había
cambiado en estos cuarenta años) él respiró aliviado. Aún disponía de un rato
para relajarse.
Todos los días revive el recuerdo como si
fuera aquella mañana. Aquella niña de metro veinte tardó lo que duraba el
trayecto desde la sala de espera hasta el potro de tortura en convertirse en su
heroína, y aunque la joven enfermera trato de silenciar las voces cerrando las
puertas de la sala de estar, la voz era clara, nítida y de un agudo exagerado.
- Mamá, yo ahí no me siento. No, No, No. Y
no pienso abrir la boca, no quiero, no quierooooo, nooooooo.
- "Ole sus cojones", dijo en voz
alta mientras se ponía en pié y se marcaba un Rafa Nadal, momento en el que
entraba por la puerta la Madre diciendo "Qué vergüenza, menudo
espectáculo, que bochorno".
La cara de estupefacción de ambos era
indescriptible, sin embargo, ninguno articuló palabras tras aquello. Breves
instantes después, apareció la enfermera con la niña y con una misiva de parte
del Dentista.
- Perdone Doña Claudia, me dice D. Amadeo
que la próxima cita de la niña, se la da para cuando se civilice y cambie el
nombre por Serena. «Que bochorno, que bochorno» seguía diciendo la madre según
salía por la puerta tirando de la pequeña que no había abierto la boca desde aquel
momento.
La enfermera, entró en la sala de espera
para avisarle de que podía pasar, y así lo hizo. Una vez reclinado sobre el
maligno, D. Amadeo empezó a aproximarse comentando.
- Hay que ver la que ha liado la niña,
menos mal que conozco la familia de toda la vida, y ninguno de sus hermanos ha
montado semejante espectáculo.
Justo en el momento que la joven enfermera
se aproximaba babero en mano, sintió como si algo le espoleara.
- Ni hablar. D. Amadeo, no, no y no, hoy
no me dejo, hoy no me tocan la boca ni a tiros. Señorita, búsqueme cita para
otro día, pero hoy no, como hay Dios que hoy me levanto de este ser diabólico y
me marcho corriendo para invitar a Doña Claudia y a su hija a un buen desayuno-
y tal cual bajó los peldaños de
dos en dos, hasta conseguir alcanzar a sus invitadas de honor.
-Perdón Doña Claudia, y disculpe el
atrevimiento, pero, ¿me aceptarían una invitación?, y si no es mucho
preguntar, ¿cómo te llamas? dirigiéndose a la niña.
Al lo primero, Doña Claudia declinó la
invitación, tachándola de absurda, descortés y grosera, pues ella no aceptaba
invitaciones de un cualquiera. Y a lo segundo, la niña, con una amplia sonrisa
le contestó - Bárbara, me llamo Bárbara.
Se disculpó ante la Madre por la osadía, y
mirando a la Niña, le dijo - Bárbara, has estado magnífica, soberbia. Gracias.
Hoy me he desquitado de algo que me hubiera gustado hacer hace mucho tiempo,
pero por temor a la zapatilla de mi madre nunca lo hice. Sé que tendré que
volver, pero eso será otro día, hoy no. Muchas gracias -
Doña Claudia tiraba de su hija mientras
soltaba a la niña una letanía propia y normal. « Hija, no hagas caso de ese
señor, ha debido de perder el oremus, o está borracho que es peor. Vamos, lo que
me faltaba, que encima te jaleasen el comportamiento vergonzoso que has
demostrado en casa de D. Amadeo. Pero te vas a...» Se fue perdiendo la voz
según se alejaban ambas.
No estaba nada orgulloso, pero se sentía
de un a gusto poco normal, así que a la vista de que la mañana se quedaba
desierta de obligaciones, se acepto la invitación a desayunar, y se marchó a
casa para preparar una magnifica comida de celebración, al tiempo que preparaba
esta historia que luego debería contar para justificar el por qué no había ido...
no, eso no es correcto, el por qué había dejado al dentista plantado con un
palmo de narices.
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