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TRISTE IGNORANTE


Descalzó su pensamiento. Sigiloso. De puntillas avanzó lentamente. Un zigzagueo, rápido, como la finta de un hábil deportista que quiere escapar de su captor, y se ocultó entre sombras para no dejar entrever flaquezas, alegría, dolor, o gloria. Observó durante unos instantes y prosiguió hasta la siguiente sombra donde poder ocultarse. Mantuvo la calma. El pensamiento lívido, para que se difuminara y nadie pudiera leer su contenido. Pensó en acostarlo en un sueño eterno que lo liberase de las miserias que rodeaban su existencia, quedar ajeno, abstraído. Una nueva sombra lo cobijaba. Ahí se sentía seguro, como en el regazo de una madre que abraza, mima, que libra de todo mal. Una nueva carrera, aguantando al extremo la congoja de todos los días hasta el ocaso. La libertad. Cerrar los ojos en un profundo sueño hasta el día siguiente, que ya será otro día. Pero por hoy, ya basta de buscar sombras para ocultar sus pensamientos. Triste ignorante. Las sombras que lo cobijaron durante el día, ahora se tornan luz. No hay noche de sueño profundo. La noche le devuelve todas las miserias ocultas una tras otra, y su pretendida faz cérea se transforma en todos sus miedos, pesares, pensares. Angustia nocturna que incrementa su enajenación. Colapso. Fin. Una apoplejía hizo el trabajo sucio. Quedó donde quería, oculto entre sombras, pero condenado a vagar atado sólo con sus pensamientos, sin poder gritarlos, expresarlos, gesticularlos. Prendidos a su alma día tras día.


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