Tras muchos años de constante lucha con sus neuras internas, había conseguido estabilizarse. Ya no sentía pánico cuando que alguien se le acercaba a darle los buenos días. Podía subir y bajar en un ascensor sin el terror a quedarse atrapado sólo, en el mejor de los casos, o con varias personas que en su nerviosismo exhalaban una falsa calma y seguridad en sí mismos. Podía atravesar los pasos de cebra sin pensar que en ese mismo instante sería arrollado por un camión. Que sumergirse en una bañera no implicaba hacerlo a oscuras bajando los automáticos del cuadro eléctrico por el temor de quedar electrocutado, o rodeado de velas, no eso tampoco era factible. Conducir, resultaba difícil, pero se lo podía permitir. Ahora, no todas las curvas daban a un precipicio, los frenos funcionaban y no era él el que atropellaba al viandante empotrándolo contra su parabrisas, no. Había superado sus fobias a todo aquello que le rodeaba, pues todo era susceptible de provocarle daño, o lo que era peor,
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.