Gualberto Ramírez era un tipo excepcional, eso sí,
enjuto, un suspiro en toda regla. A simple vista se podían contar perfectamente
la mayor parte de los huesos de su esqueleto. Acompañaba su famélica figura con
unos andares especiales, o como diría mi madre, "Andares de Chancho.
Parecía que a cada paso, las cabezas del fémur se le fueran a desencajar a la
par que las rodillas. Su tez era negra como el carbón y arrugada como si de una
ciruela pasa se tratara. El mellado de su boca completaba el esperpento de un
personaje que en otros tiempos, había sido "el Galán", y dicho sea de
paso, con una enorme aceptación entre todas las personas a las que brindaba sus
servicios.
Cuentan que
Gualberto, hijo menor de una saga de quince hermanos de una familia acomodada,
había sufrido unas fiebres muy altas que afectaron y nublaron parte de su
comprensión, sin embargo poseía una capacidad enorme para "versar" y
un gusto exquisito por el arte floral. Desde su mocedad y hasta más que
cumplida su madurez, el Galán Floreado, fue arreglando más de un corazón
atormentado, penas matutinas, o simplemente endulzando las vidas del pueblo
entre versos y flores.
Todas las mañanas
Gualberto se levantaba bien temprano en busca de las más variadas flores, para
confeccionar diversos ramilletes, que iba depositando en los corazones de sus
vecinos.
Que una muchacha
lloraba desconsolada al abrigo de un Araguaney, el se acercaba pausado con un
ramillete de margaritas, y le entonaba su verso.
De qué te sirvió
deshojar
esta tan linda
flor,
si ese por quién
ahora lloras
no supo ver en ti
a un manojo de
rosas.
No broten más
lágrimas de
congoja.
Un príncipe vendrá
por ti
y nunca más
llorarás
mi niña bella y
hermosa.
En aquellas
ocasiones en las que en el Corral de Facundo, la gallera la montaban dos palos
de hombre, allí que se llegaba Gualberto con aromas de Romero, que dicen que
calman dolores sean de huesos o de cuernos, y mediaba entre ellos.
Haya paz en
la Gallera
este es el Corral
de Facundo,
Si quieren
juéguense el mundo
pero no me monten
un tumulto.
Dejen que hablen
los gallos
dejen que ellos se
zumben
y ustedes saquen
los fajos
antes que el
aguardiente los tumbe.
Y si quieren
pelear les invito
a que lo hagan a
verso vivo,
y a quién le
apriete una buena tunda,
que me canten un
Zumba que Zumba.
Cuelguen de la
percha el machete
y con él sus
atributos,
que este es el
corral de Facundo
y hay sitio para
todo el mundo.
No había quién en
una Gallera se le pusiera altanero. Era bien apreciado, y raro resultaba si
todos los que allí estaban, no le brindaban un abrazo, incluso hasta con un
beso, que siempre aceptó de buen grado, aunque siempre supo que aquellos se
debían más al aguardiente, que a una pasión inherente.
Gualberto, el
Galán Floreado, bien querido, y bien amado. Cuántas veces no se encontró con su
compadre Custodio, que lloraba por los rincones, y a quien con un ramillete de
lavanda consolaba.
Custodio Moroño.
¡Levántese coño!
Ya sabes por qué
estás así.
Muchas veces te
repetí,
que eres bueno por
dentro
sensato y con
talento.
Pero no sólo es lo
interno
lo que tienes que
cuidar.
Venga conmigo mi
hermano
que usted y
esos trapos,
al pilón se van a
dar.
Y una vez limpio y
peinado,
verá el mundo que
planta,
sobre todo si se
me perfuma
con estas flores
de lavanda.
No se me descuide
mucho
y mañana me lo
repite
que si en esto no está
ducho
"jumeará"
a mapurite.
Las jóvenes
casaderas, cuando sus novios andaban de farra por corrales ajenos, acudían a
Gualberto que les regalaba versos, pero cobrando. Se daba un festín por parte
de las mozas, y como las noticias corrían como la pólvora, en menos de un
suspiro, los mozos regresaban al redil.
Niña luna
cómo te veo sola,
no tienes ni un
mendrugo
para que te bese
en la boca.
Déjame pues a mí,
que libe tan linda
flor,
que de mi boca
tendrás
amor, calor,
pasión.
Salía flamante del
lance nuestro querido Galán. Parecía un pavo real engalanado. Y aunque pueda
resultar chocante, cuando las mozas andaban jugando a requiebros con los mozos,
Gualberto era a los mozos a quien prestaba sus servicios, cobrándose con el
mismo juicio. Y sea que por si acaso alguno se le malograra entre tanto
besuqueo, corrían prestas la mozas a juntarse con sus Romeos.
En las noches de
nostalgia profunda, debía estar preparado, pues Dña. Alejandra lo hacía llamar.
Él siempre llevaba preparados sus versos, pero ella sólo pretendía sus besos.
Así se pasaba las horas, besando a nuestro galán. Desde que muriera su marido,
D. Remigio, dicen que lo que más añoraba la viuda era ser besada, y a la vista
que nunca encontró un buen hombre decidió que lo mejor era probar aquellos
besos tan socorridos por las gentes del pueblo, y de ellos se enamoró. Así
pues, cuando la nostalgia y el recuerdo por su marido eran enormes al extremo,
hacía llamar a Gualberto, para calmar sus deseos.
Nunca recitó verso alguno a la viuda.
Dicen que era tan honda su soledad que necesitaba llenarse de boca toda la
noche, y no encontró tiempo para ello. Tal apasionada tristeza hizo que las
llamadas de Dña. Alejandra fueran cada vez más continuas, hasta llegar al
punto, que nuestro Galán dispuso de un cuarto en la finca para cuando la
necesidad apretara, y así ella lo podía tener a su alcance en cualquier
momento. De tarde en tarde, Gualberto salía a hurtadillas con el firme
propósito de volver a su gente, regalar sus versos y sus ramilletes, sin
embargo debía volver presto, pues si era requerido y no lo hallaban, la viuda
herraba por el hato gritando su desesperanza.
Una noche de luna
clara, cuando estaban en el patio escuchando la voz del becerrero cantando
frente al fuego en una noche de San Juan, la viuda se acercó a Gualberto como
tantas veces y lo arrastró bajo las sombras del zaguán. Allí mismo comenzó a
besarlo con fulgor, mas tal fue la avidez, que se olvidó de respirar y allí
mismo quedó fulminada. Gualberto enmudeció, y por más que quisieron convencerlo
de que Dña. Alejandra murió por un ataque al corazón y no a causa de su beso,
se culpabilizó de lo ocurrido y no quiso saber más ni de flores, ni
besos.
Pasó largo tiempo.
Cuentan que su compadre Custodio lo visitaba todos los días con el firme
propósito de ayudarlo, pero era en vano, por más que lo intentaba, Gualberto
mas penaba. Pero he aquí que la providencia es caprichosa y una mañana San
Juan, Custodio Moroño se presentó en casa de Gualberto con una tinaja bien
grande y casi una ladera de lavanda, se plantó delante de nuestro Galán, y le
recitó:
Gualberto Ramírez.
¡Levántese, no me jibe!
Ya sabe por qué
está así.
Muchas ...
...descuide mucho
y mañana me lo
repite
que si en esto no está
ducho
"jumeará"
a mapurite.
Aquello hizo
reaccionar a nuestro Galán, que recordó que lo que hacía, lo hacía por el gusto
de apreciar a sus vecinos. La viuda lo estuvo secando por dentro, pues ella lo
tomaba sin permiso, como una araña estruja a su víctima. Él no le debía nada.
Entonces fue cuando empezó a recitar esos versos que nunca salieron de su boca.
La viuda tiene una
pena,
honda pena que
sufre,
no la calma la luna,
ni el aguardiente
consume.
Honda pena,
que sólo en su
pecho consuela,
un manojo de besos
en una noche
serena.
Noche serena
y la vida se
escapa
la viuda tiene una
pena
por un beso de
amor, se mata.
De alguna manera,
aunque recuperado, Gualberto Ramírez cargó con una pequeña culpa por la muerte
de la viuda. Quizá debió recitarle algún verso que le consolara, y no dejarse
abandonar en la corriente de los sus caprichos. En cualquier caso, allí que se
le volvió a ver con su paltó engalanado repartiendo versos nuevamente y
ramilletes de flores para todos los presentes.
En los días de
mercado se engalanaba con su liqui liqui. y se pavoneaba paseando entre los
puestos. Era gustoso de recibir galanterías de todos los asistentes, y les
devolvía los elogios con una amplia sonrisa. Uno de los puestos que más le
gustaba era el de la dibujante de pájaros milenarios. Aquella mujer lo tenía
electrizó, eso y la maestría con la que hacía aquellos dibujos. Era mujer lozana
y de gran belleza, mezcla de fuerza y ternura, pero que no permitía que alguien
se le encaramara por encima con el ánimo de sacar partida de su bondad. El
nunca se atrevió a hablar, simplemente contemplaba su magia, a la par que
susurraba entre diente algo que no podía evitar.
Gallardo ha de ser
el jinete,
poderosa su
armadura
más si no tiene
ternura
lo descabalgará de
su montura.
Cómo no sucumbir a
Scatha
Diosa de tal
fortuna.
Yo le regalaría la
luna,
pero tengo sólo
albahaca.
Si he de morir,
un deseo.
Que me lleves en
tu alado
y me despidas con
un beso.
Y si algún día la
pena
o por pura
necesidad
quisieras tus
labios saciar
déjame que con mis
versos
yo te los puedan
robar.
La joven lo
observaba, y comprobó que al tiempo que miraba los dibujos, iba recitando. Poco
a poco, fue desvelando el conjunto de palabras que mascullaba el Galán, y una
mañanita fresca de esas que el relente de la noche se deja sentir aun largo
rato por la mañana, en cuanto asomó Gualberto por los postes de su puesto, se levantó,
se aproximó y le pidió que le "verseara", no uno cualquiera,
sino ese, ese que cada día de mercado entre dientes sólo él había escuchado.
El Galán palideció
e hizo un ademán de marchar, sin embargo, no había faltado jamás a una
petición, así que, comenzó silabeando hasta que enganchó de carrerilla y de un
tirón "versó" su poema de amor. La joven quedó allí, de pie,
esperando, y él la miraba sin comprender a qué esperaba, hasta que ella,
tomando la iniciativa le dijo. - "Gualberto, no te quedes ahí parado, yo
te prometo que cumpliré el tercer cuarteto, pero ahora me robas lo que pides en
el ultimo de tus versos".
Largo y apasionado
fue aquel ósculo, nunca alguien así lo había besado. Más preso quedó el Galán,
si más se podía quedar, de aquella muchacha que tras el apasionado, le susurró
al oído.
No te alejes vida
mía
trae para aquí esa
albahaca,
que no quiero yo
riquezas
ni lunas, ni
alharacas.
Y de la mano se
fueron radiantes.
Cada uno siguió en
sus quehaceres diarios, pero todos los días de mercado, él se acercaba a su
puesto, le recitaba un verso y le entregaba un ramito de albahaca, a cambio de
sus mágicos besos.
Prolija fue la vida
de Gualberto Ramírez, en versos y besos, hasta que unas nuevas fiebres lo
volvieron a tumbar. Ahora sus malogrados huesos no lo dejan rondar como antes,
y el mellado de su boca regalar besos galantes, pero de cuando en cuando, un
pájaro milenario se lo monta al lomo, y lo lleva a recoger ramilletes para
repartirlos, de buen grado, entre toda su gente.
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