Tras muchos años de constante lucha con
sus neuras internas, había conseguido estabilizarse. Ya no sentía pánico cuando
que alguien se le acercaba a darle los buenos días. Podía subir y bajar en un
ascensor sin el terror a quedarse atrapado sólo, en el mejor de los casos, o
con varias personas que en su nerviosismo exhalaban una falsa calma y seguridad
en sí mismos. Podía atravesar los pasos de cebra sin pensar que en ese mismo
instante sería arrollado por un camión. Que sumergirse en una bañera no implicaba
hacerlo a oscuras bajando los automáticos del cuadro eléctrico por el temor de
quedar electrocutado, o rodeado de velas, no eso tampoco era factible.
Conducir, resultaba difícil, pero se lo podía permitir. Ahora, no todas las
curvas daban a un precipicio, los frenos funcionaban y no era él el que
atropellaba al viandante empotrándolo contra su parabrisas, no.
Había superado sus fobias a todo aquello
que le rodeaba, pues todo era susceptible de provocarle daño, o lo que era
peor, infligir daño a los demás, que por añadidura siempre era un daño
exagerado, sin medida ni extremo. Lo había conseguido, si, hasta aquella misma
tarde.
Cuando más seguro de sí mismo estaba,
empezó el bombardeo. "Salga de su zona de confort". Al principio
intentó no hacer caso, pero una tanda publicitaria de quince minutos repitió en
su cabeza una y otra vez aquella fatídica frase. "Sal de tu zona de confort".
Se retorció, apagó la televisión. Hizo inspiraciones profundas. "Yo me
quedo en mi zona de confort, yo me quedo en mi zona de confort" se repitió
varias veces, y se sosegó. Finalmente se dijo asimismo "Estás bien como
estás, con tus rutinas, con tu confort. Ahora a descansar que mañana será un
buen día".
A la mañana
siguiente, cuando lo rescataron los bomberos del alfeizar de su ventana,
repetía de forma constante.
"No salgan de la zona de confort. Nos
vamos a morir, nos vamos a morir"
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