- Doncella, bella flor, qué lleva a vuestro ser a ocultar a su señor tan majestuoso cuerpo, digno de una diosa que en su altar reposa. - Oh, mi amado, mi señor, me aduláis sin recelo ¿Cómo decís eso si ni un mechón de mi cabello habéis conseguido ver? - Será la espera. Noche y día en quince años, llevados con celibato. Me he retorcido, me he azotado, pero he conseguido llegarte casto. - Ya es esperar, amado mío. O sea, experiencia, ni pío. Cómo pretendéis entonces que mi cuerpo desarrope. Enviudo de un tiro. - No os preocupéis, no temáis, de memoria me sé el relato de Don Juán y Doña Inés. - ¡Mira que bien! Me tenéis abrumada os veo muy ducho, estoy tan asustada. Si no conociera vuestro blasón diría que sois un crápula y violador. - Perdonad mi lascivia. Me he dejado llevar. Jamás osaría vuestro altar profanar, de forma violenta, o con la crápula esa. No os preocupéis, veo en vos la debilidad que tuvo
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.