María Amalia, era mujer mayor, o como diría ella misma, «muchacho, yo ya he dejado muy atrás la cuarta edad y me encuentro en la primera reencarnación». Aún así, conservaba un más que aceptable estado de salud física y mental, que le permitía recorrer todos los días su trayecto favorito, desde la Plaza de los Chisperos hasta la Glorieta de Quevedo, pasando por la plaza de Olavide, y de vuelta a casa. Recordaba cuando en sus años mozos era el delirio de los jóvenes, y se regalaba de piropos cuando se regodeaba ante ellos con un contoneo espectacular, moviendo su rizada melena morena, y guiñando el ojo a todos, según se los cruzaba al paso. Se convirtió en un fervor tal que el día que Amalia faltaba a su cita, todos se concentraban bajo su balcón a la espera de que se asomara. El tiempo del fervor de los jóvenes de su época fue pasando, «caducando como los yugurines» como dice Amalia. Ella mantuvo el tipo, y siempre hubo un quién al que el elevar el fervor era cosa de coser y cant
Sin pretensión alguna... Una amiga me dijo que debía hacerlo, y si es amiga lo diría por algo.